LECCIONES DE AMOR (II)

Tiene sesenta años y evoca el momento en que su madre abandonó la casa familiar para reunirse con el padre exiliado: su madre se despide de ella como cualquier otro día, le dice que vuelve enseguida, va a hacer unas compras tan sólo, así que no hay muestras especiales de afecto, aunque ella sabe que no volverá, que se está marchando, que la deja… Y mientras describe la escena estalla a llorar y entre sollozos gime en presente, porque el recuerdo ha traido intacto el dolor de aquel episodio tan antiguo, como si no hubieran transcurrido cincuenta años, como si nunca después del abandono hubiera ocurrido nada, como si todo el tiempo y la experiencia que separan aquel momento del presente no hubieran tenido lugar: ahora vuelve a tener diez años, está anclada en ese dolor por más que hoy sepa que fue tan sólo una separación pasajera.

He aquí en qué consiste la llamada «educación sentimental», porque aprendemos a amar en la infancia, muy pronto. Pero a diferencia de lo que nos ocurre después, las heridas que nos hacen de niños las personas a las que amamos, son irreparables. ¿Por qué? Tal vez porque sólo en la infancia estamos totalmente indefensos y, en consecuencia, amamos verdaderamente. Después, como decía Cernuda, somos erizos.

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