LECCIONES DE AMOR (III)

Calamidad del triángulo: el amado se enamora de otra persona y descubrimos el episodio por el sufrimiento que le ocasiona haber sido abandonado por su objeto.

De pronto los dos estamos en la misma situación: yo entiendo perfectamente su dolor porque es idéntico al mío (descubro entonces que he sido abandonada y sufro), y él es a su vez la única persona que puede entender mi sufrimiento pero, al mismo tiempo, el único con quien no puedo compartirlo. Encontrarnos en la misma situación, pero a propósito de objetos cruzados, hace que aquello que nos aproxima sea simultáneamente el signo de la distancia que nos separa: el recién llegado, el tercero, es la huella de la brecha que se ha abierto entre nosotros.

No se trata de falta de reciprocidad. Toda la literatura muestra que el amor es un fenómeno de una sola dirección. Si mi amor es la contrapartida del amor del otro tan sólo retribuyo, no doy… Sólo descubro que amo cuando el deseo, la necesidad que siento del amado, siguen intactos a pesar de no ser correspondidos. Siempre se ama quia absurdum. En este sentido, el triángulo es una ocasión, la hora de la verdad, puesto que en él me quedo más sola, más abandonada si cabe… a mi amor. Pero a diferencia de lo que ocurre con el amor no correspondido, donde uno ama y el otro simplemente se deja amar, o es indiferente a nuestro amor (dos lugares comunes), en el triángulo nuestro objeto está exactamente igual que nosotros y esa identidad es aquí fatal: mi amor por él exacerba su amor por ella,… y su amor por ella exacerba mi amor por él.

El sufrimiento se debe, paradójicamente, a que los dos amamos.

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