PONER EN RELACIÓN

En uno de esos textos medio místicos que producía Walter Benjamin (Benjamin, Ens. escog., 98) sugiere que todas las lenguas serían “traducciones” de la lengua originaria con la que Dios creó el mundo. Especula con que hay un lenguaje de las cosas que no se expresa en el habla y la lengua ordinaria, aunque éstas traducen ese lenguaje natural (reine Sprache) a las formas de lo comunicable.

(Este teclado unido a mis dedos por un vínculo muy íntimo que yo sólo puedo imaginar.)

La literatura –o lo poético– sería así un resabio, un destello del lenguaje de las cosas, aquella lengua sin nombres que de pronto aflora en el discurso cotidiano.

¿Cómo representar un lenguaje de las cosas entre ellas mismas si no está dirigido a mí? No está aquí lo más sugestivo de la observación sino en el hecho de que Benjamin imagina que las cosas entablan por ellas mismas relaciones, están en relación. Que esa relación sea o no discursiva es lo de menos. Toda puesta en relación es un milagro, porque la relación no está en el mundo sino en la sensibilidad que la establece; y, sin embargo, puede ser reconocida –incluso rota o sustituida– por otro.

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