La sentencia de Ammonio completa es:
Amicus Plato sed magis amica veritas.
Este lema ha sido una máxima personal para mí desde el momento en que en mi adolescencia descubrí que el mundo a mi alrededor era una insondable e intrincada ficción. Esta sentencia resuena en mi cabeza casi a diario. Significa: «Amigo soy de Platón, pero más lo soy de la verdad.»
Pero ¿a qué alude la frase?
(Ah, amiga mía, a muchas, muchísimas cosas…)
Por una parte, admite que todos los humanos estamos constituidos por prejuicios y preferencias incontenibles que gobiernan los constantes devaneos de nuestro espíritu como hace el daimon socrático, pequeño demonio travieso que nos acompaña, pequeña y frágil alma mía. Y advierte que lo importante no es estar dominado por demonios incontrolables sino saber que es así. Que más allá de la inclinación o el amor por otro (o por uno mismo) está la verdad, que no admite ni matices ni excepciones. Nos dice que no se trata de oponerse a los propios prejuicios sino que lo sabio es aprender a reconocerlos en uno y en los demás.
Pero la frase de Ammonio también nos recuerda cada día que, por encima de cualquier construcción fabulosa, por encima de una reputación o de un deseo desviado o justo, está la verdad. Siempre está la verdad. Tú la conoces y yo también. La verdad tiene sus momentos y sus obligaciones, su disciplina y su sanción. Atente pues a ella.
(¿O sea que era así, no más?)
Amicus Plato... No pidas indulgencia. No la tendrás.