SADEANA (I)

En un libro redundante –otra vez acerca de las perversiones– de la siempre sugestiva Elizabeth Roudinesco doy con una observación muy pertinente. Roudinesco se refiere a los años de confinamiento del marqués de Sade y apunta:

[…] aprovechó su encierro para adquirir, en el secreto de una confrontación violenta consigo mismo, la mayor de las libertades, la única a la que pudo aspirar: la libertad de decirlo todo y, por lo tanto, de escribirlo todo (Roudinesco, Nuestro lado oscuro, 69).

Este “por lo tanto” chirría aquí, pero es muy posible que sea una torpeza de la traducción. ¿No será un “más aún”? Decirlo todo, escribirlo todo. La absoluta transparencia, sin mediación, sin regla de juego: sólo en la locura (la manía), que juega sin reglas. Nietzsche corre y abraza al caballo en una calle de Turín antes de sucumbir a ella.

(Yo quiero morir abrazado a la verdad.)

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