¿YO?

Que el Yo se utiliza como idéal de moi, es algo que fácilmente podemos comprobar al interrogarnos tras haber pronunciado una frase del tipo:

–Yo no me enfado por esas cosas. –mientras enrojecemos de ira e inocentemente pensamos que nadie lo ha advertido).

O alguna otra sentencia del tipo:

–Yo no soy así pero… –mientras pretendemos justificar de ese modo diferentes actos que no queremos que sean puestos en la cuenta del haber de nuestro apócrifo Yo.

Y es que “Yo” simplemente no es. “Yo” es el eterno aplazado, algo así como la zanahoria que tira del asno. Y es que nuestra vida transcurre negando mediante frases párvulas a aquél que somos, mientras buscamos nuestra originalidad anclados a eso que los psicólogos llaman double bind. Ese proceso mental que hace que mientras nuestro yo se edifica en base al Otro nosotros nos sigamos empeñando en asegurar su originalidad. Y es que deberíamos evocar el consabido verso de Rimbaud Je est un autre con el tempo lento y la majestad de un adagio para señalar la siguiente cuestión:

¿Saben?

El momento de máximo esplendor del “Yo”, su punto más lejano en el tiempo llega cuando ya no somos más que cadáver, cuando ya estamos acabados; los latinos lo sabían muy bien, cuando estamos perfectum.

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