TOO MUCH SENSE

Los objetos de arte y las obras literarias se componen de signos. Según un punto de vista conspicuo, son signos. Si los signos se limitaran a entablar (o a representar) relaciones significativas y unívocas con los objetos que refieren es muy posible que no hubiera arte ni literatura. Mejor dicho: arte sí, porque lo que hoy en día llamamos “arte” no sólo es una máquina significante sino algo que el también llamado “mundo del arte” hace significar. Habría arte incluso si los signos se limitaran a “llamar al pan, pan; y al vino, vino” como proponen los realistas. En cambio no habría literatura. La literatura es la evidencia de que en la significación siempre hay un exceso de significado que, por otra parte, nunca es controlable.

Esta fue la línea de fuga de Jacques Derrida y me temo que es la razón por la que las ideas derridanas son en gran medida incontrovertibles. Como Derrida escribía a sabiendas de la inevitabilidad del exceso de sentido en la significación los suyos nunca son argumentos y, por esta razón, quien quiera rebatirlo no encontrará nada que rebatir.

La literatura se funda en este exceso de sentido que brota y sobrepasa los bordes del texto como hace la espuma en el vaso de cerveza tirada por un camarero torpe.

(Y, hablando de torpes…: mala costumbre usar la literatura para dirimir cuestiones personales, salvo que uno quiera deliberadamente no hacerse entender.)

Por si acaso, tú ve al grano.

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