PÉRDIDA

“No te lo pierdas” —dice una para introducir una chafardería.

(“Chafardería” es una palabra horrible)

La chafardera en realidad quiere decir lo contrario: presta atención, escucha lo que vengo a contarte; pero usa el verbo “perder” en la abusiva forma reflexiva que se emplea en España para casi todo y, sin quererlo, corrompe su sentido. ¿Perder? Nunca se pierde nada. Uno se extravía y entonces, pierde

(El que siempre está extraviado es el perdedor.)

La pérdida nombra la sensación de perderse, la impresión de que ya no hay rumbo, ni meta ni propósito, de que no hay nada que hacer. La sensación de que todo está perdido: catástrofe, cataclismo, desgracia. La sensación de una falta insondable. La pérdida es la máscara de la melancolía o la insoslayable constancia de una ausencia.

¿Sí? No es para tanto: quien es capaz de registrar la pérdida no está perdido, qué va, está entero. Más que a un melancólico se parece a un contable prolijo; y los contables no tienen sentimientos, son amanuenses aplicados, cronistas que escriben guarismos, asientos y tablas. De una pérdida verdadera no hay registro posible, tampoco hay consuelo, ni reparación.

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