HUELLAS (V)

En un número de la New York Review of Books leí una vez un artículo melancólico de Lévi-Strauss acerca de su libro más melancólico: Tristes tropiques. De allí anoté lo siguiente, que quedó entre mis cuadernos como una huella:

Rara vez vuelvo a abrir mis cuadernos de notas, pero cuando lo hago, todavía puedo oler la creosota con la que, antes de partir a una expedición, solía saturar mis bártulos para protegerlos de las termitas y de los hongos. Aunque al cabo de medio siglo esta huella casi se ha vuelto indetectable, lo cierto es que al instante me retrotrae a las sabanas y los bosques del centro de Brasil y está inseparablemente unida a otros olores –humanos, animales y vegetales– así como a toda suerte de sonidos y colores. Por tenue que hoy en día sea, este olor –que para mí es un perfume– es la cosa misma, todavía sigue siendo una parte real de lo que he experimentado.¿Se debe acaso a que han pasado demasiados años (aunque es el mismo número de años para ambos) que la fotografía ya no me proporciona nada de esos olores? Mis negativos no son una parte tangible de las experiencias que una vez afectaron todos mis sentidos, mi fuerza física y mi cerebro, y que se ha conservado milagrosamente; no son más que sus indicios –indicios de personas, de paisajes y de acontecimientos de los que aún soy consciente de haber visto y conocido, aunque al cabo de tanto tiempo ya no pueda recordar cuándo y dónde. Estos documentos fotográficos de sesenta años atrás me prueban que lo retratado en ellos efectivamente tuvo lugar, pero ya no me lo evocan o lo devuelven materialmente a la vida.

Cuando vuelvo sobre las fotografías quedo con una impresión de vacío, de que falta algo que la lente, por su propia naturaleza, es incapaz de captar. Por esta razón, comprendo que es paradójico ofrecerlas nuevamente a la contemplación del público, en gran número, mejor reproducidas y a menudo dispuestas de modo diferente de cómo era posible en el momento en que se publicó Tristes tropiques, como si pensara que, en contraste con lo que yo mismo experimento, las fotos pudieran ofrecer algo sustancial a los lectores que nunca han estado allí y que, por consiguiente, han de contentarse con estas imágenes silenciosas. Tanto más cuanto que, de verlo por ellos mismos, este mundo les resultaría irreconocible y, en muchos aspectos, puede decirse simplemente que se habría desvanecido. (Claude Lévi-Strauss, “Saudades do Brasil”: NYRB, XLII, n° 20, p. 19)

Se comparan aquí dos especies de huellas, la del olor –que Lévi-Strauss hace operar a la manera proustiana– y la de la imagen fotográfica que, al fin y al cabo, también es una huella. No se las compara por sus respectivas esencias sino por sus cualidades trascendentales, por aquello a que cada una da lugar. Lo que, como huellas, dan a experimentar. Derrida sostiene que la huella no es sensible ni inteligible sino la transición entre lo sensible y lo inteligible, desplazamiento, diferición hacia un estado que nunca tiene lugar. “Huella” no es pues un concepto sino un elemento puramente instrumental que no designa nada representable sino que sirve para no incurrir en los atolladeros de la ontología tradicional. Ese olor (o esa imagen) no son representaciones en sentido estricto sino pequeñas puertas que se abren a espacios diferenciados de nuestra memoria. El olor es la huella de la cosa y la imagen…, la imagen es también una huella pero no de la cosa sino de su espectro.

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