BELLEZA ACCIDENTAL

La belleza es una cuestión privada; la impresión de reconocerla y sentirla en un instante determinado es un accidente más o menos frecuente en una existencia; como sucede con el dolor y la voluptuosidad, pero más casual aún (Valéry, Teoría poética,34).

(La traducción es mala pero permite entender.)

Es verdad, el dolor y la voluptas son casuales, nunca deliberados. Sobrevienen, aunque -no lo olvidemos- uno ha de disponerse a esas experiencias, de lo contrario ¿cómo reconocerlas? Se puede ir en busca del dolor y, naturalmente, también se desea el deseo, el propio tanto como el ajeno. Igual que con la voluptas y con el dolor ocurre con la belleza y -tiene razón Valéry- todo transcurre en la mayor privacidad: dolor, voluptas y belleza solo son siempre para uno mismo; es decir, que no se pueden ni describir ni compartir; pero, si son privadas, ¿cómo puede sostenerse entonces que sean cabalmente «experiencias»? (Wittgenstein). ¿Qué son pues?

No lo sé. No sé para qué sirven, pero están ahí, no puedo evitarlas.

¿Y por qué la belleza es «más casual»? Está claro: tiendo a sustraerme del dolor, por muy espartano que quiera representarme; y hacia la voluptas me doy siempre que puedo porque allí me siento plenamente vivo; pero la belleza es un accidente, algo con lo que necesariamente se tropieza. Puedo reclamarla o prestarle atención o estar siempre alerta a su acontecimiento, pero no puedo preverla, todo en ella es azar, contingencia, casualidad. Por eso, cuando damos con algo bello ese encuentro tiene algo de milagroso y ya no queremos desprendernos de nuestro hallazgo.

(Ahora que te he encontrado: que no te vayas, que nunca desaparezcas.)

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.