LO SINIESTRO Y LO SUBLIME

Según Schiller:

Un objeto es teóricamente sublime cuando lleva consigo la idea de infinitud que la imaginación se siente incapaz de reproducir. Es prácticamente sublime, en cambio, cuando entraña la idea de un peligro que nuestra fuerza física no se siente capaz de vencer”. [Schiller, F., Lo sublime, trad. de J.L. del Barco, Ed. Ágora, p.75.

La naturaleza tiene en su poder las condiciones de nuestra existencia. La experiencia de desvalimiento y desamparo que todos hemos sentido, hace que se instale en nuestra subjetividad un guardián que alerta el instinto de conservación, con una función parecida a la que cumple un fusible eléctrico que protege a condensadores de daños frente a corrientes de descarga de valor excesivo en circuitos eléctricos. Este guardián vigilante intenta poner a salvo la existencia, y éste instinto, a su vez, nos proporciona la señal de advertencia del dolor. El dolor recuerda el peligro y pide al instinto de conservación que le oponga resistencia. Cuando la magnitud del peligro hace inútil toda resistencia, entonces surge el temor.

Un objeto adverso para nuestra existencia, con cuyo poder nos sentimos incapaces de competir, despierta en nosotros el temor. Es, según eso, una realidad temible…El objeto que sobrepasa nuestras fuerzas es terrible para la sensibilidad. Por lo mismo deja de serlo cuando nos sentimos capaces de hacerle frente con nuestros recursos…El sentimiento de lo sublime exige incondicionalmente renunciar sin titubeos a cualquier medio físico de resistencia. Pero a su vez, pierde sublimidad cuando es posible que el sujeto le ofrezca resistencia.

Hasta aquí, Schiller da cuenta de la aparición del miedo cuando un sujeto se encuentra frente a un objeto determinado en la realidad. Ahora bien, ¿qué sucede cuando el objeto no es determinable? Si no es posible percibirlo en la realidad, ¿qué estatuto de real tiene este objeto que se me presenta?, ¿de qué real se trata? Cuando el objeto no es determinable aparece la angustia. Pero ¿de qué objeto se trata? Ese objeto que se nos escapa a la estructura especular del cuerpo, es, lo que Lacan llama el objeto a, o el Dasein, según Heidegger, algo relacionado con lo más íntimo de nuestro ser, donde se refugia la cuestión del goce. Este objeto a puede aparecer en el registro de lo oral, lo anal, la mirada o la voz. Podríamos relacionarlo con la experiencia de lo siniestro, término que etimológicamente indica una cosa extraña que implica algo familiar y extraño a la vez, lugar de fantasmas. La experiencia de lo siniestro aparece cuando todo lo que debería haber quedado oculto, secreto, se ha manifestado y eso que me inquieta es impenetrable a la representación y al conocimiento. Lo siniestro es algo que no podemos dominar y ahí se conecta con lo sublime porque nos pone ante alguna cosa que no se puede decir y con cuyo poder nos sentimos incapaces de luchar. La angustia aparece cuando ante mí hay una cosa que no conozco y que no me permite tener un vacío que me permita continuar deseando, cuando hay ante mí una cosa demasiado llena. Y ¿cuál es el peligro que siento? El peligro de estar en una posición como objeto de goce del Otro y no en una posición deseante.

La angustia es una señal que no engaña: advierte del peligro de indefensión, de quedarse en una posición sufriente y gozosa a la vez, pero al mismo tiempo, moviliza al sujeto para no quedarse atrapado fantasmáticamente y buscar los medios para recuperar una posición deseante.

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