EL VALOR DEL INSTANTE

Escribe Valéry:

Cuando el espíritu está bien despierto, sólo necesita del presente y de sí mismo. No voy en busca del tiempo perdido, que, más bien ahuyentaría. Mi espíritu, sólo se complace en la acción. (Paul Valéry, Escritos sobre Leonardo da Vinci, pág. 70, traducción de Encarna Castejón y Rafael Conte, Madrid: Visor- Ediciones Antonio Machado, 1987).

Según el diccionario, el término “despierto” es un adjetivo que significa, en una primera acepción, que alguien no está dormido, y en una segunda, que se está listo, vivo, con las facultades listas para discurrir, imaginar, inventar.

Valéry parece sugerir que para vivir en el presente, hay que desprenderse del fardo pesado de los pensamientos que nos atan al pasado, sobre todo, de recuerdos que nos aparecen puntualmente de las experiencias vividas como dolorosas; en una palabra, de la necesidad de olvidar. Pero además, yo añadiría, poderlo hacer sin esfuerzo (cosa, por otra parte, no fácil de conseguir).  No se trata de un acto de resistencia voluntario, de una lucha sin cuartel para tratar de olvidar, sino de no permitir que ese pensamiento se imponga, que ocupe todo nuestro espacio psíquico hasta el punto de saturar y cerrar lo que sí es posible vivir; pero un vivir en el presente no cualquiera, sino con placer. Poder estar abierto a lo posible en cada instante: a la sonoridad de la melodía de una música, a dejarse impresionar por los colores  de un paisaje, de un cuadro, de un rostro… A darle valor a lo que ocurre una sola vez.

En eso nos superan los niños. Sus risas y sus juegos derrochan espontaneidad y alegría de vivir.

Reír y jugar es vivir.

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