EL ENGAÑO HOSTIL

Nietzsche se plantea la siguiente pregunta, en el fragmento 19 [253] (Cfr. Fragmentos Póstumos Vol. I (1869-1874). Traducción de Luís E. de Santiago Guervós. Madrid: Tecnos, 2007, p. 376:

¿Por qué no queremos ser engañados?

Para Nietzsche habría que diferenciar el engaño que sí queremos, del engaño que rechazamos. El engaño que es necesario para vivir sería aquél que produce la ilusión que abre a posibilidades creativas, como el arte, por ejemplo. El arte permite la contemplación de una imagen sugerida por los sentidos que carece de verdadera realidad. Esa ilusión compartida por el que la crea y por el que la contempla, nos proporciona placer. También deseamos, añade Nietzsche, la ignorancia sobre muchas cosas, es decir, el engaño.

¿Cuál es el engaño que rechazamos?
Sólo el engaño que es hostil, no el favorable. Huye de ser engañado, de la mala ilusión. Luego, en el fondo, no huye de la ilusión, sino de las consecuencias de la ilusión y, sin duda, de la consecuencia mala. Así pues, rechaza la ilusión allí donde su confianza puede ser engañada por las malas consecuencias. En este caso, él quiere la verdad, es decir, quiere de nuevo las consecuencias agradables. La verdad sólo se toma en consideración como medio frente a ilusiones hostiles. La exigencia de la verdad significa: no hagas el mal a los hombres a través del engaño.



Nietzsche advierte del peligro del exceso de confianza que nos pueden generar algunas “malas ilusiones”. Si la confianza puede ser engañada por malas consecuencias, nos advierte de la necesidad de la prudencia, cuando es posible anticipar un peligro, una pérdida, un daño o complicaciones posteriores no deseadas. ¿Por qué es necesaria la prudencia? ¡Porque no todos jugamos con las mismas reglas del juego!

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