ARTE DRAMÁTICO

A menudo escucho ideas recurrentes acerca de lo abstracto en el arte. Se habla de la posibilidad de una forma sin forma, de una materia sin contornos, de blanco y de negro absolutos, de la expresión pura y de lo neutro (o del vacío).

(Siempre la fascinación por la nada y el vacío, que parecen hacerlo todo más solemne.)

Se piensa en el arte abstracto como algo más implacable, como lo más austero y lo que más exige de quien lo mira porque no brinda consolación a la mirada. Se apunta la concisión, la claridad y la pureza de lo abstracto, se lo presenta como un enigma sin clave de resolución.

(Es tan fácil brotarse escribiendo acerca de lo abstracto.)

Pero el arte del espacio –la pintura, la escultura, la arquitectura– es representativo. Incluso una obra abstracta ha de ser abordada como representación, de lo contrario no podríamos referirnos a ella. ¿Representación de qué? De un objeto, si existiera un objeto semejante en el mundo, afirma Claude Lévi-Strauss. La obra abstracta no es significativa porque represente algo sino por lo que representa, aunque a la postre sea mera representación de sí misma. Lo mismo que la música, que –como bien sabemos– no es representativa.

De todas maneras es inevitable que contrastemos la pintura figurativa (o representativa, en un sentido cabal) y la pintura abstracta y, en ese contraste, es evidente la superioridad de la pintura representativa sobre la pintura abstracta: una superioridad fundada en el dramatismo de la representación que también puede ser –¿por qué no?– muy ascético.

Mira si no, amigo mío, la profusión de sentidos que tiene esta viñeta de Roy Lichtenstein.

Son tantos que parece inagotable. No puedo dejar de pensar en esta viñeta: ¿a quién defenderías tú en esta callada disputa que tiene lugar en silencio en el interior de un automóvil?

Mira ahora este grabado de Félix Vallotton: ¿no ves hasta qué punto la mentira –así se llama el grabado– es indistinguible de un gesto? He visto a muchos, a quienes he pillado mintiendo, quedarse desconcertados porque no podían entender cómo los había descubierto. Es fácil, al mentiroso se lo detecta por el gesto.

O esta Anunciación de Simone Martini, que ilustra el momento en que el Arcángel San Gabriel comparece ante María para anunciarle que tendrá un hijo sin que medie contacto sexual. Es un tema repetidísimo en la iconografía medieval y renacentista, pero Martini consigue representar el dramatismo singular del encuentro. Mira las dos expresiones del diálogo mudo que entablan los personajes del cuadro: la picardía un tanto insolente del Arcángel y la expresión de recato y de repulsión que pone la Virgen.

(Mi madre, que era una mentirosa patológica, me enseñó a mirar este cuadro.)

Y ahora imagina lo que dice (o expresa) un cuadro abstracto. Los cuadrados de Malévich, las manchas de Rothko, el cuadro azul de Yves Klein. No hace falta que te esfuerces en descubrir algo trascendente u oculto porque siempre es lo mismo, una y otra vez.

Nada.

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