UN GESTO

Fijémonos en como decimos adiós: estiramos el brazo dejándolo ligeramente flexionado, lo que denota cierta contención que disimula nuestras emociones. Movemos la mano a uno y otro lado de manera un tanto apocada, en lo que parece un gesto sin sentido. Sin embargo, esa acción corresponde a los restos, a la ya depurada gesticulación de un conato tan natural como es el de intentar agarrar algo. Asimismo podemos observarlo en la reacción de un niño ante la presencia de un objeto que desea poseer.

Es decir, que cuando un niño quiere algo que no está a su alcance, estira el brazo mientras abre y cierra de manera compulsiva la mano, en lo que es un claro intento de prensión, de intentar agarrar el objeto de su deseo. El observador comprobará como, con el brazo extendido, estiran sus diminutas manos repitiendo desacompasadamente el gesto que consiste en juntar y separar los dedos tras tocar la palma de la mano.

La cuestión es: ¿por qué se parecen tanto ambos ademanes?

La respuesta probablemente está relacionada con la temprana educación (guía) que damos a los pequeños que al encontrarse ante algo frente a lo que practican dicho aspaviento como intento de apropiación, sus más allegados les repiten aquello de:

–Dile adiós, dile adiós,- (mientras realizamos un gesto híbrido entre el del adulto y el del niño).

Quizá deberíamos dejar de preguntarnos en qué momento el hombre aprende a dar por perdidos o a abandonar sus sueños, quizá ese momento está ya en nuestra más tierna infancia.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.