MELANCOLÍA

Se oye la voz engolada y cursi del locutor de la BBC. Anuncia que se va a emitir por esa cadena la segunda sinfonía de Brahms. El locutor la califica como “su obra más melancólica”, pero en cuanto suenan los primeros acordes se nota que, más que melancólica, es amarga.

¿Se puede identificar un estado de ánimo en una pieza musical? Desde el comienzo del romanticismo todos suponemos que es así. Incluso la costumbre –habitual en nuestra época mediática– de dedicarnos canciones usando enlaces para comunicar a los demás nuestro estado de ánimo, se funda en esta pauta romántica: “Te quiero igual”, “Soy lo que soy”, “Inolvidable”, “Despedida”, bla, bla. Cada canción enlazada en un correo electrónico es una saeta que apunta al corazón del otro y, a veces, una especie de ejercicio de ventriloquia: digo con la canción lo que no puedo expresar por mis propios medios y, de paso, dejo que otro hable por mí.

(A veces, esta práctica puede resultar mortal.)

La segunda sinfonía de Brahms podría ser enlazada como una canción de Shakira pero no estoy seguro de que fuera a ser tan precisa porque, en el fondo, no es ni melancólica ni amarga. Sin embargo, el locutor de la BBC parece muy seguro de lo que afirma, incluso da referencias biográficas del propio Brahms en las que éste que reconoce su melancolía.

Pero no, todo eso es mera “teoría del arte”: yo estoy melancólico, yo estoy amargado. Esa es la verdad. La música es el lado de mí mismo que se deja ver a los demás en la forma de un animus sonoro. Un Gemüt.

(¿Gemüt? Ay, no seas pedante…)

La melancolía es la sustitución del objeto perdido por la experiencia inconsolable de la pérdida; y la amargura es el temple que corresponde a esa experiencia y no hay música que pueda expresarlas. ¿Por qué caemos entonces en el engaño de creer que un compositor iluminado ha conseguido fijar lo que sentimos? Porque para sostenernos en la pequeña parcela del mundo que nos toca vivir necesitamos romantizar nuestra experiencia. Practicamos una especie de liturgia, la necesidad del romanticismo, en la experiencia del yo.

(Pero qué amargo es todo esto…)

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