DAR EXAMEN (I)

En una prueba cualquiera, por ejemplo, en un examen, el individuo corriente persigue una finalidad que es sumamente vulgar: trata de pasar la prueba, de aprobar el examen; y una vez pasada la prueba casi sin darse cuenta se coloca nuevamente en posición de examinando y se dispone a someterse a la inevitable prueba subsiguiente, porque –según se mire– nuestras vidas parecen estar compuestas por innumerables exámenes y pruebas y ordalías. Hay toda una propedéutica de la prueba. Así, los deportistas, por ejemplo, que son gentes muy, pero que muy simples, experimentan un gozo absurdo cada vez que se ponen a prueba. No es la prueba en sí lo que los entusiasma sino el ponerse a prueba; y lo mismo hacen los estudiantes crónicos que, como están “en formación permanente”, nunca quieren terminar de formarse. A una carrera sigue otra, a un Master de empresa, un curso de meditación trascendental, etc. Dar examen es el simulacro mayor de una realización que estos individuos sólo conocen por sus sueños.

(Y los sueños, como apuntó Wittgenstein, casi nunca se cumplen.)

Pero también hay quien es cada vez uno distinto en cada ocasión que se pone a examen y ve cada prueba como una alternativa nueva para encontrarse consigo mismo, en un extraño ejercicio de solipsismo que deja, por una vez, todas las finalidades y los proyectos fuera, como quien leaves the worries on the door step.

Ese practica la verdadera disciplina; que, como dice Jünger, crece dentro de uno como una semilla.

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