SAMARCANDA (II)

Pensemos ahora en algo que resulta previsible porque tiende a repetirse, como ocurre con la respuesta del neurótico ante una situación que se asemeja al viejo trauma que causó su conducta insensata.

(¿Que por qué me comporto así? No te hagas el tonto, si ya te pasó una vez, infeliz. ¿Qué es lo que te extraña?)

En una repetición también tiene lugar algo que parece predestinado. Bastaría con instruir convenientemente al desdichado que se repite y así evitar que cometa el mismo error y no vuelva a cometer las mismas tropelías o no sucumba al vértigo de la repetición. Si así lo hiciéramos sería casi lo mismo que proponerle una vía para escapar de su destino, que es repetirse. Es lo que se propone el psicoanalista (o el buen amigo) cuando sugiere: “Mira aquí, ve con cuidado, que te repites.”

(Como la Muerte, que siempre se repite y que, sin embargo, es cada vez única –observa Derrida.)

No obstante, seguir el consejo del psicoanalista, cuando algo tiene todos los visos de estar predestinado que ocurra, es como creer que se puede engañar a la Muerte escapando a Samarcanda. Una vez determinado, el destino no da escapatoria posible como no sea el asistir a su confirmación; y justamente aquí, en la confirmación del hado funesto, debería hallarse la pauta que sirve para consolarnos por nuestra desgracia. ¿Qué pasa cuando no encuentras consuelo en la confirmación de la repetición? Sientes que lo que estaba destinado a suceder, a ti o al infeliz que se repite, no se ha confirmado.

Y eso que sientes, amigo mío, es aún más terrible porque, a diferencia del destino que se cumple, no hay manera humana de entenderlo.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.