DOCTA IGNORANCIA

Una expresión reconocible de la muerte abunda en muchos filmes. Es la dibujada en el rostro de quien muere por un disparo, una puñalada o una insuficiencia corporal repentina (cardíaca, respiratoria, etc.), y deja en la cara un semblante que oscila entre la sorpresa y la fatal conciencia de la situación. Dicho semblante consiste en unos ojos abiertos súbitamente, fijos en ningún lugar; las cejas tensas al alza y la boca entreabierta. No encuentro mejor modo de referirme a él con otro nombre -pues desconozco si tiene uno propio- que el de No puede ser. Un rostro No puede ser que acoge tanto la sorpresa como una conciencia extrema: esto no puede estar sucediendo (pero efectivamente lo está).

-Como todos los detalles de la ficción, lo peor de ellos es que se entrometen en la realidad-.

La muerte de la conciencia es a su vez la conciencia más intensa de estar muriendo, y también de saber lo que la muerte es. Paradójicamente, morir consiste en no tener ya conciencia alguna. Místicos e idealistas confluyen aquí y el máximo conocimiento (la unión con el uno- superior o el Yo absoluto) es la disolución de cada uno de nosotros. Como la flor de agave, en la que el instante de máximo florecimiento coincide con el de su muerte. No hay aquí ningún juego conceptual, se intuye con facilidad que el máximo conocimiento se alcanza cuando la cantidad de conocimientos es ya insuperable, y esto se resistirá hasta la muerte si ésta, tomada como un conocimiento más, sólo se conoce en su totalidad cuando acaece.

Por todo esto mira a los tres monos sabios. Se tapan la boca, los ojos y los oídos. No sólo se privan de conocer algo completamente,sino que resisten tanto a la muerte como al No puede ser. No quieren morir. Actúa como ellos, o a cambio las sorpresas inesperadas, incomprensibles, siempre se presentarán mortales de necesidad.

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