ACEPTAR DISCULPAS

El psicópata jamás pide disculpas, salvo que piense que así puede librarse de una pena, cosa que en la mayoría de los casos, sumada a la megalomanía propia de esa patología o perfil social, pocas veces sucede. Ante una falta o el incumplimiento de un compromiso, pedir excusas significa huir de la postura del psicópata, ya que mediante ese acto, se produce un hecho muy importante: el reconocimiento del otro.

En sociedad, las disculpas sinceras son tan necesarias como las falsas, dado que pueden evitar un conflicto. Sin embargo, en un grupo pequeño, las excusas son recibidas como un acto de concomitancia y respeto, incluso como una muestra de aprecio mediante la cual alguien nos dice que no ha podido evitar tal situación, pero que le importa el grupo y la labor que realiza. Con ello, además, recuerda que el compromiso llevado a cabo por los que han hecho su cometido les hace merecedores, no solo de las disculpas, sino de la posibilidad de aceptarlas, en lo que se convierte en un sana retroalimentación grupal; reconociendo mi falta reconozco al otro, al grupo y la tarea llevada a cabo por este.

En ese tipo de excusas hay presente un componente muy humano, una especie de promesa encubierta según la cual alguien, al ofrecerlas, de modo implícito, nos dice que se arrepiente, que por empatía o simpatía tiene la voluntad de que la situación no se repita de nuevo. Cuando quien recibe las excusas lo hace esgrimiendo ese latiguillo lingüístico consistente en decir: no hace falta que lo hagas; en realidad no hace más que invalidar las reglas del juego, las cuales, como señala Wittgenstein son el juego mismo.

Para aceptar excusas todo el mundo es válido, incluso un asesino puede aceptarlas de otro al ser casos individuales, sucesos aislados. Sin embargo, no es así a la hora de perdonar. En ese caso se necesita ser poseedor de credibilidad moral, y por tanto el cómplice no puede perdonar al culpable más que de dos maneras: ora queriendo decir que no sucede nada para beneficiarse de la igualdad a la hora de actuar en un futuro, ora para saldar con ello una deuda del pasado.

Aceptar las excusas, forma parte del juego, alimenta la promesa de que no volverá a suceder y señala la importancia que el grupo tiene tanto para el que las ofrece como para el que las acepta. Por tanto, pese a que parece no estar en boga, me parece positivo aceptar las excusas y así asumir la responsabilidad de acatar las reglas del juego, insinuando de manera implícita, que lo sucedido no me da pie a tener un as bajo la manga para poder cometer la misma falta, sino que con mi aceptación le comunico al otro mi voluntad de seguir cumpliendo con mi tarea en el juego. Desde este punto de vista, pedir disculpas es respetar al otro y al grupo, pero también a uno mismo en el grupo, y por tanto a la labor que lo sustenta.

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