TRISTE CULTURA

Adorno, que pasó parte de su vida ridiculizando el pensamiento de Schiller, converge con él acerca del concepto de recreación.

Debemos aportar sentidos abiertos, corazón ensanchado, espíritu fresco y alerto; debemos mantener reunida dentro de nosotros toda nuestra naturaleza, lo cual de ningún modo ocurre con quienes están en sí mismos divididos en el pensar abstracto, estrechados por mezquinas fórmulas utilitarias, fatigados por el esfuerzo de atención. Éstos reclaman, sin duda, una materia sensible, pero no para continuar en ella el juego de las fuerzas mentales, sino para detenerlo. Quieren ser libres, pero sólo de una carga que abrumaba su inercia, no de una limitación que impedía su actividad. (Schiller, F.; Sobre la gracia y la dignidad, Sobre poesía ingenua y poesía sentimental; traducción de Juan Porbst y Raimundo Lida, Icaria, Barcelona, 1985; p.141).

Después de un gran esfuerzo, la atención dada a un objeto –Schiller habla de poesía– no proviene de una predisposición activa. Es, para decirlo vulgarmente, una oportunidad para desconectar. En “La industria cultural”, cuarto capítulo de Dialéctica de la Ilustración (y de claro sesgo adorniano), la recreación es definida como la diversión buscada por quien quiere sustraerse al trabajo mecanizado y, así, poder estar de nuevo a su altura, en condiciones de afrontarlo. Son la diversión y el ocio, y no la cultura, la baza con la que juegan las industrias culturales.

Esa cultura de la recreación es la más complaciente con la necesidad casi obscena de llenar el tiempo libre, ocioso, el no dedicado al nec-otium (el trabajo, el esfuerzo acarreado por quien se recrea). Necesidad que ya diagnosticó Baudelaire cuando hablaba del tedio, l’ennui. En una charla con Miquel de Palol, éste me recuerda un pasaje del autor francés: “Un oasis de terror, en un desierto de tedio”. Hasta el terror ha sido convertido en algo gratificante para poder cumplir el imperativo de llenar el tedioso tiempo libre. Y he aquí el gran inconveniente, con esta dinámica la cultura deviene meramente recreativa. Por ello siempre he mirado con escepticismo todas las propuestas lúdicas del arte contemporáneo. Fluxus, George Brecht y un largo etcétera.

Uno podría reprochar que las artes y las letras, e incluso la filosofía, siempre han servido como entretenimiento en los ambientes cortesanos por parte de reyes, príncipes y emperadores. Pero eso me parece impreciso pues no hay en la necesidad de Sophia de Hannover al escuchar a Leibniz, de Marco Aurelio al escribir meditaciones, de los papas Julio II y Clemente VII al proteger a Miguel Ángel, ninguna voluntad de desconexión, entre otras cosas porque en la vida cortesana no hay nada de lo que deban escapar o hacer paréntesis –en el mejor de los casos, esa vida es un continuo paréntesis. En consecuencia parece evidente que la mayor parte de la cultura heredada iba en otra dirección, la que sea, aunque fuera un modesto trabajo de taller, y no se trataba de esta difusión incansable de mecanismos para la recrearse.

Una cultura recreativa en la que recrearse es lo que sobrevive, y  la cultura, como el actor secundario de todas las películas de terror que ejemplifican lo dicho anteriormente, tiene pocas esperanzas de salvación.

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