DEBILIDAD Y EL PODER DE LA VOLUNTAD

Donald Davidson, en Ensayos sobre acciones y sucesos plantea la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que entre dos actos a y b, el sujeto elija b, a pesar de que la consideración de todas las razones pertinentes le imponga dar preferencia a a? Para resolver este problema introduce la distinción entre el juicio condicional que toma en consideración todas las razones pertinentes y el juicio incondicional que nos obliga al acto. Davidson considera que estas formas de conducta pueden caracterizarse como algo inconsistente, débil, vacilante o irracional (p. 42), pero no lógicamente contradictorio para un sujeto decidirse por un juicio incondicional, por b, aun sabiendo que, atendiendo a las razones pertinentes, a es claramente preferible.

Su mérito es señalar que esta inconsistencia (se elige b aunque sería más conveniente a) no tiene nada que ver con la oposición moral entre los deberes y los intereses egoístas: no se trata de ceder al placer y hacer b cuando el deber nos obliga a hacer a. En realidad, es justamente a (el acto preferible), lo que aparece con valor para el sujeto porque se sigue del principio de placer (y su prolongación, el principio de realidad): eligiendo a, elegimos lo que nos puede conducir a nuestro bien, mientras que la elección de b sólo puede estar guiada por un más allá del principio del placer, por un goce ignorado por el sujeto (porque es inconsciente) que le lleva precisamente a elegir hacer un acto que no le depara un bien, sino un mal, un sufrimiento.

¿Qué hace que un sujeto desestime las razones suficientes para elegir hacer a y, en cambio, elige hacer un acto de carácter incondicionado: puedo actuar “porque lo quiero”, a pesar de las razones suficientes que se ha dado? ¿Se trata de una debilidad de la voluntad? Davidson usa el término debilidad para expresar que el agente hizo lo que sabía que era erróneo. ¿Cómo se caracteriza una acción que revela debilidad de la voluntad o incontinencia? Davidson la caracteriza de la siguiente manera:

Al hacer x, un agente actúa de manera incontinente si y sólo si: (a) el agente hace x intencionalmente; (b) el agente cree que hay una acción alternativa y que le es asequible; y (c) el agente juzga que, hechas todas las consideraciones, sería mejor hacer y que hacer x. (Trad. Instituto de Invs. Filosófica de la Univ. Nal. Autónoma de México. Barcelona: Crítica, 1995, p. 38).

Un argumento que podríamos objetar a Davidson, es que más que una debilidad de la voluntad, se trata, por el contrario, del empuje del poder de nuestra voluntad, de la capacidad que podemos tener de romper la serie de razones suficientes mediante un acto libre ya no fundado en razones sino en sí mismo. Nos podríamos plantear si es adecuado seguir utilizando este término de voluntad, que en una de sus acepciones, el diccionario de la RAE lo define así:

Acto que la potencia volitiva admite o rehuye una cosa, queriéndola, o aborreciéndola y repugnándola.

¿Qué clase de voluntad de goce empuja a un sujeto a elegir hacer un acto que va contra su propio bien, contra su vida? ¿Disponemos de algún patrón de medida para saber lo que nos hace bien y lo que nos hace mal? ¿Qué brújula podemos utilizar para orientarnos?

Aristóteles, en el Libro VII de Ética Nicomáquea, se ocupa de dos virtudes éticas: continencia e incontinencia. Allí establece la diferencia entre el hombre continente y el incontinente. Caracteriza al hombre continente como aquél que está dispuesto a atenerse a la razón y, por el contrario, el hombre incontinente (el ákrates) como alguien dispuesto a apartarse de ella (1145b), o que abandona la conclusión a la que ha llegado, o que actúa de forma contraria a la propia elección (Et. Nic., 1151a); o está convencido de que debe hacer una cosa y, sin embargo, hace otra (1146b). Aunque admite que una misma persona puede ser a la vez continente e incontinente (1145b).

Del lado del sujeto, establece una relación con el saber:

(…) el modo de ser del que tiene y no usa el conocimiento, de modo que es posible tenerlo en cierto modo y no tenerlo, como es el caso del hombre que duerme, está loco o embriagado. Tal es la condición de aquellos que están dominados por las pasiones, pues los accesos de ira, los apetitos de placeres amorosos y otras pasiones semejantes perturban al cuerpo, y en algunos casos, producen la locura (1147a).

Si –como señala Aristóteles–, el conocimiento, (añado yo, –de sí mismo–) es posible tenerlo en cierto modo y no tenerlo, parte del conocimiento que no se tiene, como es el goce, por ser inconsciente, nos puede conducir a lo peor porque no está del lado del placer sino del sufrimiento. Algo que aparece como evidente y que el psicoanálisis revela es que el sujeto no siempre quiere su bien y que repite lo que le hace mal.

Para Freud, la repetición es repetición del trauma. Este trauma queda más allá del principio del placer, como un goce que luego hace síntoma. Es la vertiente positiva del trauma: repetirlo y, a través de la continua repetición, salir del trauma que no implica superación. La vertiente negativa del trauma, buscaría su evitación: es lo que Freud llama la defensa primaria, que nada se repita ni se recuerde y que se puede manifestar en inhibiciones y fobias. Es por quedar la repetición ligada a ese más allá del principio del placer por lo que sería “adaptación” a lo peor, en tanto es respuesta defensiva frente a lo real. El superyó freudiano, implicado en la repetición conduciría a la exigencia del retorno a una satisfacción primera. El encuentro contingente con un exceso de goce en la obsesión o con un demasiado poco en la histeria.

El sujeto puede tener distintas posiciones respecto de lo traumático: puede olvidarlo y construirse en relación con este olvido; o puede olvidarlo y actuarlo todo el tiempo, si su conducta repite en términos significantes aquello mismo de lo que quiere salir. Son distintas posiciones donde se trata de una fijación, de una marca a la que el sujeto se refiere, y a esta marca o referencia que es el trauma, sólo puede llegarse a partir de la construcción del fantasma. La pregunta de si podrá lograr el dispositivo psicoanalítico descubrir aquello en lo que el sujeto quedó capturado por primera vez y cuyo nudo tendrá que deshacer para atarlo mejor, es algo que sólo la experiencia de un análisis podrá confirmar.

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