KOUROS

Kouros es una palabra antigua que con frecuencia se usaba para dar un tratamiento honorífico a una persona. Cuando los poetas griegos anteriores a Parménides utilizaban este término, era para transmitir un sentido de nobleza. El kouros era el héroe.

Según la definición de Peter Kingsley:

Un kouros era un hombre de cualquier edad que todavía veía la vida como un desafío, que se enfrentaba a ella con todo su vigor y pasión, que todavía no se había retirado para ceder el paso a sus hijos. La palabra indicaba la calidad de un hombre, no su edad. (En los oscuros lugares del saber. Traducido por Carmen Francí. Girona: Atlanta, 2006, p. 71).

El kouros estaba relacionado con la iniciación. Se encuentra en la frontera entre el mundo de lo humano y el mundo de lo divino; tiene acceso a ambos. En ocasiones era necesario contar con la ayuda de un kouros para la profecía, para recibir los oráculos, para recibir en sueños el mensaje de los dioses.

¿Por qué elegían los antiguos a un kouros para intentar acceder a un saber ignorado por los hombres? Porque –según señala Kingsley–, era alguien con sensibilidad y con la capacidad de distanciarse del discurso habitual y no opondría resistencia a escuchar lo que oía y recibía.

Entrar en contacto con lo divino no deja igual al iniciado. Arrebata el pasado. Por esta razón el iniciado pierde su vida anterior y se le da, en su lugar, un segundo destino: vuelve a nacer, adoptado por los dioses. Y el valiente héroe se convierte en un niño.

Heracles, el más célebre de los héroes griegos, paradigma de la virilidad, valorado por su extraordinaria fuerza y por atributos tales como el coraje, el orgullo, y un formidable vigor sexual, ha sido objeto de representación en el arte. Se le ha representado enfrentándose a los peligros, como se observa en esta pintura de Gustave Moreau, en una escena erótica como en Heracles y Omphalede François Boucher, inquieto antes de una encrucijada (Pompeo Batoni, Heracles en la encrucijada ,) o sosteniendo en brazos a un niño.

No se trata –según Kingsley–, de volver cronológicamente a esa edad, ni tampoco tiene relación con la inmadurez, sino de:

Esforzarse por ir más allá (…) y descubrir que también es posible encontrarse como en casa en otro sitio (p. 72).

Si a los niños no les falta el deseo de vivir, si no se les coarta su curiosidad, siempre están dispuestos a descubrir algo nuevo, a saber algo que no sabían, a medir sus fuerzas. Están disponibles para no dejar escapar las oportunidades que la vida les ofrece; pero todo eso gracias a que no les pesa el pasado. Y esta es, a mi entender, la actitud que nos puede servir para vivir.

A corto plazo, vivir es elegir y, si no consigo elegir, vivo en contradicción conmigo mismo.

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