LA RESACA

Hace mucho tiempo leí entre las anotaciones de Nietzsche la idea de que el significado de las palabras está fijado en los nombres por una metáfora. Es decir, que las palabras son rótulos cuya función, en un comienzo metafórica, hemos olvidado por efecto del uso. Más adelante acabé harto de esta inteligente asociación de Nietzsche, de tanto verla citada y comentada en las tesinas de los estudiantes, de tal modo que ella misma se convirtió en una metáfora gastada. Su recurrencia es una especie de resaca, lo que la hace sospechosa de ser una idea banal, un pensamiento muy fácil.

Pero yo mismo escribo esto bajo los efectos de una tremenda resaca después de una noche de juerga y no conviene que me fíe demasiado de lo que pienso. De hecho, en el mismo momento en que tomo consciencia de mi estado resacoso comprendo, sin querer, que la resaca ha conseguido desarmar el automatismo de la figura retórica oculta en su nombre propio (no olvidemos que “resaca” es también una metáfora); y entonces me pongo a reflexionar: ¿de qué es metáfora?

El DRAE clasifica seis sentidos diferentes de “resaca”, según el contexto en que empleamos la palabra “resaca”:

1. f. Movimiento en retroceso de las olas después que han llegado a la orilla.

2. f. Limo o residuos que el mar o los ríos dejan en la orilla después de la crecida.

3. f. Malestar que padece al despertar quien ha bebido alcohol en exceso.

4. f. Efecto o serie de consecuencias que produce algún acontecimiento o situación. La resaca del éxito.

5. f. Persona de baja condición o moralmente despreciable.

6. f. Com. Letra de cambio que el tenedor de otra que ha sido protestada gira a cargo del librador o de una de las personas que han efectuado la transmisión por endoso, para reembolsarse de su importe y de los gastos de protesto y recambio.

El tercero parece ser el adecuado para describir mi estado en este preciso momento, pero despierta en mí la tentación del nominalista al que le encanta jugar a que los nombres se desprendan de sus respectivas referencias y a hacerlos decir cosas extrañas, como hacen los bebés cuando juegan con sus propios excrementos: ¿y si hubiera una pauta común que atraviesa todas las metáforas contenidas en la palabra “resaca” y todas ellas estuvieran comprometidas en el estado, entre ruinoso y agradable, en que me encuentro? Enseguida descubro que hay una pauta y que es doble: en la resaca –como en la angustia– por una parte hay algo que retorna y, por otra, hay algo que (se) queda, como ocurre en todos los recuerdos.

Ah, colega, acabáramos: lo que sientes entonces no es resaca sino melancolía.

(¡Eso no, por favor!)

Entonces me acuerdo del consejo de mi hermano Ramiro que, como todos los grandes bebedores, tiene un remedio para curar las resacas. Voy rápidamente a la cocina, abro la nevera y echo mano de una lata de cerveza.

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