APUNTE SOBRE EL COLOR

En la calle Joaquín Costa, una tarde de sábado en Madrid, me cruzo con una chica pelirroja. Intercambiamos unas palabras el tiempo suficiente como para que yo pueda reparar en el extraordinario color de su larga cabellera que cae en ondas libres sobre sus hombros. Tiene los ojos de un color celeste nítido inmaculado y la piel muy blanca, como es habitual que ocurra con casi todos los pelirrojos, sólo que en ella no hay pecas ni marcas. El rojo de su pelo es oscuro y tiene los matices de la tierra cobriza que he visto en algunas zonas tropicales y en el Aveyron, una comarca del Midi francés, en la zona conocida como Les Rougiers. Es un colorado bellísimo.

En realidad, la mera experiencia del color como resultado de un efecto de luz (de ese color como de cualquier otro, sobre todo si es excepcional) bastaría para sembrar dudas acerca de la existencia del mundo sensible. Por una parte, confirma la realidad de lo real: ¿cómo habría sido posible ese color si sólo dependiera de mi sensibilidad? Esa cabellera es radiante. No puede ser que mis sentidos produzcan por sí solos esa radiación. Sin embargo, seguramente así es;pero entonces, si no existe un color determinado para ninguna cosa del mundo, ¿por qué razón habríamos de dar crédito de existencia a lo que parece contenerlo?

(Cuesta creer que esta chica no existe. De pronto esta constatación, que no puedo poner a prueba, desencadena en mí una irreprimible sensación de soledad: me siento uno más entre una legión de fantasmas como los que producía la máquina inventada por Morel.)

Si no es cualidad primaria de ninguna cosa sino mera elaboración de las emisiones de la luz que rebotan sobre la superficie (que no es superficie) de las partículas, el color es un indicio de la no existencia de aquello que lo produce.

(¿Pero acaso está legitimada la pregunta por la existencia de algo?)

El color plantea el oscuro misterio del para sí, de lo que entendemos como “uno mismo”, responsable último de todo lo que nos pasa. El rojo maravilloso de estos cabellos es signo de clave doble pues abona la existencia de esta chica única y al mismo tiempo da pábulo a pensar la extraordinaria propiedad de su cabellera no es esencial sino meramente accidental. Y, lo mismo que un acorde musical, este color único sólo está en el momento en que he podido reparar en él.

Entonces a la sensación de soledad se une otra, la de la precariedad de mi experiencia, que noto cómo aumenta cuando nos despedimos cortésmente.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.