ÁYAX

Hay muchos apuntes extraordinarios sobre la condición humana en la obra que Sófocles dedicó a la muerte de Áyax. El más sugestivo es el que Lacan extrae del comentario de Karl Reinhardt.

Como es sabido, en la tragedia de Sófocles se cuenta que, tras la muerte de Aquiles, Áyax se sintió legítimo heredero de las armas del jefe de los mirmidones, pero a instancias de Atenea éstas pasaron a manos de Odiseo y los Atridas. Enfurecido por haber sido desposeído de lo que se sentía merecedor y confundido por la implacable Atenea, protectora de Odiseo, Áyax arremete presa de la locura contra las reses de la guarnición, convencido de que los animales son sus antiguos compañeros que ahora considera sus enemigos, solo para descubrir, cuando ya ha tenido lugar la absurda matanza del ganado, que se ha equivocado. Humillado por su falta, Áyax se da muerte a sí mismo. Reinhardt sagazmente observa que en la tragedia, cuando ya Áyax se ha apercibido de su error, Atenea se presenta ante él y, en lugar de consolarlo, vuelve a engañarlo, cuando ya está vencido y abrumado por la vergüenza. Jacques Lacan extrae de este episodio menor una extraña definición recursiva del héroe: aquél que puede ser impunemente traicionado.

Existe una humana responsabilidad por cada uno de nuestros actos, de la que dan cuenta las reglas; y existe también la irresponsabilidad que es inducida por la obcecación, por la frustración o por la locura. Estas son experiencias morales que Áyax vive –como muchos de nosotros hemos vivido alguna vez– en carne propia. Existe la vergüenza que sigue a la consciencia de haber hecho el ridículo. Áyax es víctima de ambas heridas morales, pero su tragedia es mucho más profunda pues describe una herida tercera, más cruel y tan inconsolable que, incapaz de superar el ultraje, el héroe acaba por quitarse la vida. Esta es la herida que introducen sus sagaces comentaristas, Reinhardt y Lacan, cuando llaman la atención acerca de la impiedad de Atenea, que engaña a Áyax cuando ya no es necesario hacerlo y que es la misma impiedad que demuestra el propio Sófocles hacia su personaje protagonista. De esa gratuita crueldad representada en la tragedia, nosotros, que somos sus espectadores/lectores, acabamos por ser testigos y, a la postre, cómplices. Y así, la pena y la desesperación de Áyax por la falta que ha cometido se convierte en horror.

(Imagina que tú mismo, como Áyax, te apercibes de un error y te sientes ridículo y, además, compruebas la traición de que has sido objeto y ves los contornos de su impunidad, pero al mismo tiempo comprendes que no has podido evitarla como tampoco puedes evitar que los demás asistan a tu escarnio… Peor aún, que tu falta ha servido para que tú mismo asistas como espectador a tu propio ultraje por otro.

Es como un abismo; y es vertiginoso.)

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.