DESPERTAR

Un día –hace ya mucho tiempo y en circunstancias que no puedo reconstruir– mientras leía la introducción a la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de Hegel, anoté al margen del primer parágrafo una observación acerca de la experiencia de la inmediatez. Buscaba yo entonces ideas acerca de las sensaciones más íntimas, el tipo de consciencia mínima que, en cierto modo, sirve como último recurso para comprender qué entendemos por sujeto. Mi anotación rezaba : “La consciencia es un despertar y el despertar (el estar despierto, la vigilia) es un sentirse así”.

Entiendo en parte lo que quise fijar con esa anotación críptica: que la consciencia se parece al modo en que salimos del sueño porque el sueño es una de las representaciones de la nada; y que despertar se asemeja al cambio de estado en que llegamos a darnos cuenta de algo, aunque todavía no sepamos de qué, pero no es un estado sino una sensación. Así ocurre en la determinación de algo como presente, en todos los descubrimientos, en la revelación de una verdad que hasta ese momento no conocíamos porque nos había sido mantenida oculta o porque la habíamos pasado desapercibida. Es esa sensación que acompaña el “ah…, ahora lo comprendo, o sea que era esto lo que estaba ocurriendo.”

Siempre se despierta a algo nuevo y todo despertar llega junto con cierta expectación; pero mi anotación ponía de relieve además que, en virtud de su experiencia, la consciencia no es una entidad autónoma, como la piensan los racionalistas, sino un sentimiento que se dispara en el cambio de estado, del sueño a la vigilia o en el paso del no saber a la revelación.

En los años transcurridos desde esa anotación hasta la fecha, he llegado a ser consciente (o sea, he llegado a saber o a enterarme de) innumerables cosas, pero ahora no anotaría lo mismo. No me limitaría a señalar cómo uno siente cuando es o se hace consciente de cualquier cosa sino que me atrevería a describir ese sentirse como una experiencia que, de un tiempo a esta parte, siempre es dolorosa; y de hecho, cada vez que me despierto, experimento en algún rincón de mi pequeña alma la señal inconfundible del dolor. Todas mis consciencias y revelaciones presentes, de pronto, se han hecho dolorosas y no sé qué hacer con ese dolor, como tampoco sé qué hacer con mi consciencia.

Una de dos, o bien preferiría emprender la regresión hacia la inconsciencia y el engaño; o bien es algo más trivial, como dedicarse a la metafísica; pero quizá sea muy tarde ya para eso.

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