TEMOR AL SUFRIMIENTO


Quien teme sufrir sufre ya por lo que teme.
(Montaigne. Ensayos III. Madrid: Cátedra, p. 360).

Al leer esta cita, he recordado uno de mis miedos infantiles que surgía de forma inesperada en la oscuridad. Uno de ellos aparecía en mi habitación, por la noche, justo antes de poder conciliar el sueño, cuando el rostro familiar de mi madre ya no estaba presente, ni tampoco su voz para sentirme en compañía. Ella se iba confiando que podría conciliar el sueño sola, pero antes de hacerlo, me recitaba una oración que invocaba a Jesús en su ausencia y que me hacía repetirla con ella. En soledad, una densa oscuridad envolvía mi entorno haciendo invisible cualquier objeto. Entonces en mi imaginación se despertaba un temor a que alguien desconocido y sin rostro estuviera debajo de mi cama y pudiera coger alguna parte de mi cuerpo que estuviera al descubierto para arrastrarme con él.

¿Cómo defenderme de aquel tormento de mi imaginación? Para ello, tomaba algunas medidas de precaución muy eficaces: me tapaba con las mantas todo el cuerpo hasta la cabeza y, a continuación, recitaba de memoria una y otra vez, una oración que mi madre me había enseñado: “Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón, tómalo, tómalo, tuyo es y mío no”.

Usaba mi propia voz para invocar una presencia imaginaria, la de Jesús, siendo niño como yo, sugerida en la oración que mi madre me había enseñado. ¿Y qué pueden hacer los niños, entre otras cosas? Jugar juntos y divertirse. Ahora comprendo la eficacia que tienen las oraciones o las máximas que, desde la antigüedad, se les proporcionaban a los hombres para que pudieran recitarlas en voz alta para sentirse protegidos imaginariamente en situaciones de peligro.

En la oscuridad, estamos rodeados de lo desconocido, y la propia oscuridad convoca nuestros fantasmas. Siendo niños, cuando tenemos miedo a que algo peligroso nos suceda, nos sentimos solos con nuestros fantasmas y estamos abrumados por ellos. En la Biblia, Dios alienta a los que temen con declaraciones como: No temas, porque yo estoy contigo (Isaías 41:10). La fe acepta el hecho de que el problema es demasiado grande para nosotros (como niños) y también el consuelo de que no estamos solos con él; tenemos a Dios, como figura de padre protector al que podemos invocar.

Pero, ¿y si resulta que eso que más tememos es lo que deseamos que ocurra? El temor de ser un objeto para el Otro en el fantasma es recurrente en todos los niños, en el tiempo en que desearían separarse del Otro para constituirse como sujetos de deseo, pero aún no pueden. Esas figuras monstruosas de nuestra infancia no dejan de invocar el deseo del Otro, que en este caso convoca al goce.

Para mí, ese temor y las medidas de protección infantiles se desvanecieron con el tiempo. Ahora, su recuerdo, sólo me hace sonreír.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.