EL TELÓN

Los dos momentos cruciales en una representación teatral son el primero, cuando se abre el telón y el último, cuando las cortinas se cierran sobre la escena. El telón separa claramente la representación del mundo real (o de lo que tenemos por mundo real), abre el espacio de la ficción y, una vez que la obra ha terminado, indica al espectador que todo vuelve a ser lo de siempre, que todo lo que era fantasía y esplendor recupera la forma y la sustancia habituales: lo mismo que le pasaba a la Cenicienta. En las llamadas artes visuales este corte nítido que separa lo real y de lo ficticio es un rito casi insoslayable. Está en los títulos que preceden a la proyección de un film, a veces por el simple requisito que obliga a mencionar a las empresas que han participado en la producción; y en el lento despliegue de los créditos al final de la sesión; y no hay manera de evitarlo.

Podría pensarse que el corte entre lo real y lo ficticio, entre la escena representada y la realidad, solo se manifiesta en las artes visuales, pero incluso se puede detectar en cualquier otro producto imaginario, en las llamadas obras de arte. En los libros (por supuesto) y en las exposiciones, en los conciertos y en las celebraciones. Hasta la Misa tiene un rito de iniciación y otro de cierre que marca el espacio sacrificial en la liturgia. Toda tentativa de alterar la jerarquía, de borrar la diferencia esencial entre representación y acto, a la postre resulta un esfuerzo infructuoso. El (llamado) arte tiene que destacarse de lo real. No hay realismo capaz de trascender la pauta diferencial de la representación.

A menudo hacemos como los telones cuando tomamos una decisión dramática con la que cerramos un ciclo cualquiera. Ocurre cuando firmamos un finiquito laboral o damos por inaugurado un proceso, o cuando cambiamos la decoración de un ambiente o la estructura de una casa que ya nunca volverá a ser lo que fue. Interrumpimos una relación querida o dramática, o rompemos un compromiso, o sellamos con un gesto un cambio de estado que nos afecta o afectará al otro.

Esos cortes son como el telón, solo que en lugar funcionar como en el teatro, donde sirven para marcar los límites estrictos de una ficción, convierten en ficción eso que se proponen delimitar, en la medida en que arrojan un cúmulo de acontecimientos vividos al vago territorio de los recuerdos; y así, la experiencia acumulada en esos acontecimientos, como suele ocurrir con las ficciones, queda a merced de los caprichos del olvido.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.