BACHIANA

Quiero hacer un comentario acerca de la música de Bach pero no tengo la mínima intención de ser original y, por otra parte, no me fío de mis oídos en el deplorable estado de ánimo en que me encuentro. El sonido, sobre todo si está organizado y (como siempre) parece significar algo, arrastra al espíritu del infeliz hasta imprevistas honduras en los momentos de angustia o de desesperación así como exalta hasta la manía a quien ya está presa del entusiasmo.

El sonido musical es la precisión y, al mismo tiempo, lo que aturde y confunde.

Hay dos cualidades inconfundibles en Bach: la arquitectura sonora, que fascinaba a Glenn Gould; y el dramatismo, que reconozco ahora mismo, claramente, en el comienzo de su Pasión según San Juan. Ambas cualidades son precisamente captadas y referidas por Villalobos en sus Bachianas brasileiras. El dramatismo en Bach no es solemne ni circunspecto y tampoco trágico sino piadoso. Es el drama de la piedad cristiana interpretado por la sensibilidad de un bárbaro.

Pero el cristianismo no es germánico sino por adopción, de modo que la música religiosa de Bach revela un sincretismo insólito. ¿Cuál será el efecto sincrético que produce en mi ánimo? ¿Cuál es la fibra íntima de mí mismo que se mueve al compás de esta invocación de Dios?

No puedo saber si es el eco de mi dios o si es el de algún otro el que resuena ahora dentro de mí y, por mucho que lo intento, la música de Bach no puede despejarme este misterio.

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