FOTOS VIEJAS

En una compilación de sus ensayos y artículos de prensa, Siegfried Kracauer hace algunas observaciones enormemente sugestivas acerca de la forma extraña como envejecen las fotografías. Por ejemplo, se fija en la foto de una mujer vestida a la manera del siglo XIX y apunta (Kracauer, Estética, 287):

El vestido estrechamente ceñido al talle se eleva sobre la fotografía y entra en nuestro presente como un edificio señorial de los antiguos tiempos, entregado a la demolición porque el centro ha sido desplazado a otra parte de la ciudad. […]

(La semiología es arte de la comparación inesperada: aquí, un vestido guarda con nosotros la misma relación que un edificio.)

Sigue Kracauer:

El vestido que se llevaba no mucho tiempo atrás resulta cómico. Los nietos se regocijan con la crinolina de la abuela de 1864, que suscita el pensamiento de que las piernas de las muchachas modernas desaparecerían en ella. El pasado reciente que pretende seguir vivo está más muerto que lo pasado hace largo tiempo cuya significación ha cambiado.

La foto vieja es un desecho de algo que una vez fue un presente. Mirada ahora, sin las relaciones de sentido que en un momento le daban relevancia o suscitaban alguna emoción, acaba por desnudar su auténtica naturaleza como imagen: es un cadáver, un despojo, como las esculturas de los dioses antiguos cuando estos se han retirado.

¿Por qué envejece la imagen fotográfica? No debería ocurrir así: la foto permite pensar en un presente que se conserva tal cual, a perpetuidad. Parecería que una foto es cierta garantía de inmortalidad, pero esto no se cumple nunca. El pasado está aún más muerto en la foto que en el recuerdo. Ocurre que no vemos la imagen fotográfica con los ojos solamente sino además (o sobre todo) con la memoria y ésta, como sabemos, es olvidadiza; y como cada vez son más los medios de que disponemos para sacar fotos y alimentar el archivo anónimo que sin querer vamos atesorando, llegará un momento en que toda nuestra memoria visual será un inmenso camposanto por donde deambularán fantasmas desconocidos que acabarán por resultar cómicos, cuando los saquemos de las fotografías viejas.

Mi padre solía resistirse a ser fotografiado. Le parecía algo indecoroso. Según él, más tarde o más temprano todas las fotos acaban en los mercadillos. Empiezo a creer que tenía razón.

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