NOCHEVIEJA

La última noche del año es una circunstancia incómoda en la que a menudo sobrevienen reflexiones que tienen como asunto el tiempo. El 31 de diciembre de 1960, Adolfo Bioy Casares anota:

Come en casa Borges. Brindamos con champagne. Después de comer vamos a la ventana de la sala de Silvina, hasta que sean las doce. BORGES: “Esperamos algo que no sabemos bien en qué consiste”. Miro los árboles y los senderos de la plaza, la estatua de Alvear y pienso en la máquina del tiempo de Wells y en que todos somos unas máquinas del tiempo de vuelo de ave de corral. “Qué raro –comenta Borges– que en tantos años como viví no hubiera un momento en que yo haya estado más adelante en el futuro que ahora.”

Pero lo verdaderamente extraño es que una misma ocasión lleva a uno al pasado, quizá para huir de su presente, así como conduce al otro a pensar en el futuro como un límite que se desplaza una y otra vez, indefinidamente, como la mancha de agua plateada que vemos al final de la carretera en los días de verano.

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