EL REGALO

Entre las decepciones más habituales (y no necesariamente la más dolorosa) está la de adivinar –y acertar– cuál será el regalo que vas a recibir de alguien.

(Una variante de esto es prever cuál será el comportamiento de alguien cercano, verlo venir.)

La enorme mayoría de los individuos –uno mismo, sin ir más lejos– es muy previsible. Se suele pensar que en toda anticipación siempre se corre el peligro de incurrir en “la profecía autocumplida” –menudo lugar común– y que, por lo tanto, es mejor ir por ahí desprevenido, que más vale dejarse sorprender. Así, cuando menos, cuando eres objeto de una mala acción te ahorras lo que los criollos llamamos "mala sangre" y, cuando se trata de un presente, al menos tienes la recompensa del regalo. Pero el fiasco que produce una anticipación que se confirma no tiene nada que ver con el regalo.

La verdad es que, por paradójico que parezca, lo que uno desearía es que su pálpito no se cumpliera, para conservar algo de magia en la vida diaria. El regalo, cualquiera que sea, es lo de menos.

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