UNA MIRADA PESIMISTA

En un amplio y bonito parque, un grupo de niños sordos de diferentes edades, juegan alegremente a fútbol. Entre el extenso césped, han elegido un espacio poblado de árboles frondosos con hierba menuda y tupida que cubre el suelo. Cuatro de sus chaquetas han delimitado las dos porterías del campo de futbol representado en su imaginario. Los niños que conforman los dos equipos, juegan entusiasmados con la finalidad de hacer entrar la pelota por la portería conforme a las reglas del juego. Entre ellos se comunican en lenguaje de signos que, como sabemos, el mensaje se articula con las manos y la expresión facial y se comprende a través de la mirada. Todos ellos participan activamente en esa tarea de equipo. De repente, uno de ellos interrumpe su actividad en el juego y se dirige a mí para informarme de que una mujer, que acaba de entrometerse en el terreno de juego, es su abuela; que ha venido a verle por sorpresa, cosa que da motivo para que el niño se sorprenda. Su expresión cambia de inmediato. Adopta un rictus que se manifiesta por una contracción de los labios que deja al descubierto los dientes y da a la boca el aspecto de una sonrisa. No acaba de entender por qué se presenta en este momento en el que él está ocupado en su juego con sus compañeros de escuela, cuyos familiares están ausentes. Se dirige a mí para decirme en signos que ha venido su abuela, acompañada de su abuelo, que no saben hablar en lengua de signos y que sólo hablan castellano. Me acerco para saludarles y proteger el espacio de juego para este niño, sin interferencias. Tras un saludo preliminar, les invito a salir del campo y a permanecer sentados en un banco próximo.

¿Qué hace este niño a continuación? En lugar de proseguir su juego, lo interrumpe; sin avisar a sus compañeros y se va lejos a buscar a otros compañeros que no son sordos, sino oyentes. ¿Qué aporta esta presencia que este niño no puede tolerar? Interpreto que se trata fundamentalmente de la mirada de un Otro. En ausencia de la mirada de este semejante, el niño juega, experimenta sus habilidades con el balón, se pone a prueba y disfruta del placer de jugar con otros. Por el contrario, en presencia de esta mirada, se siente juzgado negativamente, (¿por hablar una lengua no aceptada ni valorada por su abuela?) y no pudiéndolo soportar, se va, decidido a ocultarse y recuperar su narcisismo herido.

Una mirada pesimista –consigna el diccionario–, tiende a ver y juzgar por el lado más desfavorable. Un niño siente su existencia amenazada cuando no es mirado amorosamente y se siente disminuido en su valor como persona cuando algo que él hace –magníficamente–, el Otro lo rechaza, se opone, o en el extremo, lo desprecia.

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