ALGO EXTRAÑO

Hay algo extraño en el ensayo que Freud dedica a lo unheimlich, palabra alemana que López Ballesteros tradujo como “lo siniestro”, valiéndose del francés sinistre en una versión –a mi juicio– preferible a la que da José Luis Etcheverry en la versión española de la edición Strachey de la llamada Standard Edition, publicada por Amorrortu (Cfr. el volumen XVII, págs. 215-251), donde unheimlich se traduce como “ominoso”, lo que en español resulta aún más extraño porque: ¿qué se quiere decir con “ominoso”?

Entre muchas otras, Freud hace dos observaciones significativas acerca de unheimlich en este ensayo de 1919. La primera es que, según los usos literarios de su propia lengua, heimlich dice lo mismo que su negación: unheimlich. O sea que Freud descubre un doble escondido en el sentido profundo de la palabra puesto que lo familiar (que es lo consabido, lo que nos es próximo) viene ser lo mismo que lo extraño, lo ajeno o desconocido; o, mejor dicho, eso que reconocemos como desconocido y que por eso mismo nos resulta inquietante, siniestro (unheimlich) y necesariamente ha de tenerse por conocido en virtud de su efecto; y así, lo familiar y lo extraño en algo vienen a ser lo mismo. Extraña es, por lo demás, la sensación subsiguiente que produce el efecto unheimlich ya que ¿cómo puede ser que reconozcamos aquello que no conocemos y que se nos revela por primera vez? Ese lado oculto de alguien o de algo; eso que nos amenaza o nos odia y que ya estaba allí.

La segunda observación interesante de Freud a propósito de unheimlich no es suya sino de Schelling: en lo siniestro se ve lo que estaba destinado a permanecer oculto. No queríamos que asomara y finalmente aquí está. La primera cosa que asociamos con eso que “estaba destinado a permanecer oculto” es lo reprimido y, puesto que ha sido objeto de represión, lo inconsciente. Pero todo esto es vulgata psicoanalítica, discurso manido: lo siniestro como lo que retorna desde la esfera de lo reprimido a la consciencia por vía del síntoma, el acto fallido, el sueño, etc. Sin embargo, Freud trasciende su propia teoría de la represión cuando observa que lo siniestro resulta horroroso. En efecto, el principio del horror se sostiene en la extrañeza y en lo siniestro, un recurso que H.P. Lovecraft supo explotar en sus cuentos, donde el mal es siniestro porque permanece oculto o, más exactamente, se muestra como algo que está escondido.

No, es significativo que Freud se refiera a lo unheimlich describiéndolo como demoniaco, horroroso, abismal, algo que produce espanto, como cabe al doble, al autómata o al muerto que resucita. Y también al loco. Solo la locura puede generar este efecto siniestro, solo ella hace de lo conocido algo desconocido puesto que en el delirio se da el advenimiento de la figura de un otro en el cuerpo de lo mismo; y en la alucinación del delirio podemos ver un otro (un doble) allí donde la persona conocida ya no está (¿o no será que había estado allí todo el tiempo?) El loco nos es familiar (¿por qué lo reconocemos si no estamos locos?) y es siniestro porque se nos revela como un extraño. Más aún, nosotros mismos, para él, en su delirio, nos convertimos en algo extraño y siniestro.

Pero aún más extraño –y siniestro– es que razón y sin razón, en relación con esta experiencia única, piensan igual, siguen el mismo procedimiento.

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