EL ESPACIO LITERARIO

Recojo esta denominación de un título de Maurice Blanchot (o de quienquiera que haya sido el que, en ese momento, escribía en su nombre); pero no voy a ser fiel a sus elucubraciones en ese libro (El espacio literario. Barcelona: Paidós, 1992) –no sabría cómo serlo– sino a la idea de que el texto literario puede generar un espacio propio, que unas veces es ficción y otras “tan real como la vida misma”.

Sirve de ejemplo el artilugio de W.G. Sebald al comienzo de Los anillos de Saturno (Madrid: Debate, 2002), hacia las páginas 20-28, cuando diseña su lugar en el relato (?) como intersección de varios planos narrativos. Uno de tales planos es el que traza como asunto del libro que, en última instancia, es un relato de viajes donde el propio autor es el viajero. Otro es su curiosidad e interés de erudito por la figura del médico Thomas Browne, que la historia de la literatura europea reconoce como a uno de los fundadores del ensayo como género y al que Sebald imagina (¿o lo sabe efectivamente?) asistiendo a las clases de anatomía del Doctor Nicolaas Tulp en Amsterdam, en 1674 y, por tanto, espectador de la escena original de La lección de anatomía de Rembrandt, que, en la medida en que se trata de un cuadro en el que las figuras tienen un tamaño natural, constituye por derecho propio un plano de realidad al que, por lo demás, se le da cabida en el libro a través de una reproducción a doble página.

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Sebald apunta las incongruencias del lienzo de Rembrandt: la desproporción de la mano disecada, el hecho de que los cirujanos de la corporación médica de Amsterdam aparezcan retratados con sus mejores galas y el mismo Tulp, tocada su cabeza con un sombrero de ala ancha; y que todos ellos, sin excepción, estén con los ojos perdidos, mirando en perspectivas tangenciales al personaje principal de la escena: el cadáver de Aris Kindt, muerto unas horas antes en la horca, tras haber sido acusado de un robo. Todos ellos ajenos a la lección y al muerto. Sebald imagina que las miradas perdidas de los personajes del cuadro indican que Rembrandt no quiso identificarse con la corporación comanditaria sino con el cadáver; pero esta ocurrencia, que a nosotros nos suena traída por los pelos, le permite en cambio trazar un cuarto plano que, a su vez, se extiende sobre otro y lo empalma con un quinto plano narrativo donde, él mismo como narrador en primera persona, se desliza; de tal modo que, por vía de una extraña identificación, Sebald participa de la escena pintada por Rembrandt, no como espectador, como Browne, sino como el objeto representado.

Tenemos, pues, cuando menos cinco planos que Sebald hace intersectar en un espacio literario puramente virtual que le servirá para mostrarse en la habitación del hospital donde convalece, momentos antes de ser dado de alta y al comienzo de su viaje. De tal modo que La lección de anatomía es una anticipación –mejor dicho, el modelo– de la operación literaria desarrollada en este libro extravagante, donde el espacio literario se organiza todo el tiempo como si cruzara memoria y acto, historia y literatura, realidad y ficción, para constante asombro del lector.

La literatura permite esta especie de espacios (Perec) pero solo porque todos nosotros, en todo momento y ocasión, estamos colocados en espacios semejantes donde somos a la vez narrador y objeto, representación y fantasma, pasión vital y cadáver expuesto, una pieza más en la alegoría trazada por otro y además la única mirada capaz de interpretarla.

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