LA MEMORIA DE SIENA

Guardamos la memoria de una experiencia en forma de historia. Mejor dicho, hacemos del recuerdo una narración breve cuyos episodios aparecen relacionados significativamente de acuerdo con una pauta común que nos sirve para cualificar el recuerdo. Así por ejemplo, una visita a la ciudad de Siena se puede componer de muchas maneras. Unas veces puede ser un recuerdo agradable y otras convertirse en una experiencia penosa con solo que seleccionemos algunas circunstancias de la visita y descartemos las otras, que es lo que hace la memoria todo el tiempo sin que el sujeto, al recordar, pueda controlar el procedimiento y las preferencias de la facultad. Cuánto más felices seríamos si pudiéramos mantener a raya a la memoria. Se diría que la memoria corre por su cuenta y hace lo que quiere con el pasado, lo cual convierte en por completo innecesarias las pretensiones racionalizadoras de los así llamados “filósofos de la historia”.

¿Qué es lo que podemos hacer, en verdad, con nuestros recuerdos? Cuando mucho, reconocer la pauta que los organiza en forma de relato para objetivarlos, es decir, para hacer como que, por una vez, han quedado sustraídos a la acción de una memoria sesgada y caprichosa, para presentarlos como si fueran objetivos. La objetivación de un recuerdo (una crónica, un testimonio, una experiencia personal o colectiva, etc.) es lo que suelen simular los historiadores en su trabajo y, a veces, los narradores de historias cuando sus pretensiones no son solamente literarias. La artimaña está expuesta en un monumento romano, la Columna Trajana; y, en general, presente en todos los registros narrativos que se sirven de los cuadros secuenciales para narrar, como hacen el cine o el comic.

La Columna Trajana traspone los episodios de la guerra contra los dacios emprendida por el emperador Trajano, sobre un friso de doscientos metros que rodea el fuste de una columna. La representación de las gestas del emperador permite que éste ascienda desde la tumba a los cielos, desde donde contemplará, representado por un doble, toda Roma. Como bien observa Marin (De la réprésentation, 228.) la Columna muestra el paso del relato continuo a la narración por cuadros articulados. La continuidad sucesiva de las imágenes no excluye su articulación sino que más bien está sostenida y regenerada por ella y, para obtener el efecto deseado –esto es, la narración misma por medio de imágenes–, se vale del uso repetido de un motivo en dos cuadros consecutivos. La continuidad de las escenas queda marcada por la presencia de un elemento (un árbol, por ejemplo) que aparece con el mismo aspecto (o con un aspecto semejante y reconocible) en un cuadro del friso y en el siguiente. Asimismo procede la memoria personal cuando identifica un tema en una serie de episodios vividos. En la Columna Trajana también inciden la verosimilitud de las representaciones, la profusión de signos (estandartes, insignias, trompetas, etc.) utilizada mucho más tarde por Poussin

 

Poussin, Camille livre à les écoliers-Louvre

 

y, apunta Marin, la linearización, que sirve a la moderna representación del espacio al poner las figuras en paralelo al plano de la representación.

Pero sobre todo, la secuencia de cuadros encadenados por un elemento que se repite permite pensar la historia –en este caso, la conquista de la Dalmacia– como si se desarrollara sin la acción de un narrador. En efecto, nadie cuenta la conquista en la Columna Trajana. En ella está prefigurado el comic y sobre todo, el cine, no solo por la presencia de cuadros de episodios enlazados sino además porque, igual que en estos géneros –tan modernos–, la figura del narrador está obliterada hasta el punto de que, por así decirlo, la historia se cuenta sola.

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