EL MEMORIOSO

La memoria es inestimable para la vida espiritual pero también puede ser una terrible amenaza. Vuelvo a leer uno de esos amanerados relatos de Borges reunidos en Ficciones (1944). Se titula “Funes, el memorioso”.

Aunque paso mucho tiempo dedicado a recordar, he de admitir que no recordaba si el personaje central del cuento, Ireneo Funes, un paisano joven que Borges imagina vagando por los pagos de Fray Bentos, figuraba entre los retratos de su Historia Universal de la Infamia o si había sido objeto de un tratamiento aparte. Tampoco recordaba que la narración estuviera localizada en Mercedes, bella comarca de la Banda Oriental, ni que el escenario escogido sirviera a Borges para rendir un discreto pero sincero tributo al Uruguay, la tierra que los ingleses arrebataron a los argentinos. Sí me acordaba del extraño mal que aqueja a Funes, quien no solo tiene una memoria asombrosa sino que además es incapaz de olvidar; de tal modo que poco a poco su pensamiento entero se va poblando de recuerdos imborrables de los que no puede desprenderse. Borges describe la penuria de Funes con tres observaciones que pone en boca del memorioso paisano: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido los hombres desde que el mundo es mundo”; “Mis sueños son como la vigilia de ustedes”; y “Mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras”.

Cualquiera que conozca el espacio literario en que Borges se suele mover sabe que sus cuentos a menudo son pretextos para diseñar complicados juegos nominalistas y unas cuantas paradojas metafísicas. En “Funes, el memorioso” también hay ejemplos de los mirabilia borgeanos pero, por añadidura, en esta ocasión el narrador expresa conmiseración por el drama de su personaje y una discreta fascinación por la posibilidad de un ser condenado a ser incapaz de olvidar. En efecto, en mi relectura me ha parecido que Borges se apiada de su personaje y que, detrás de su fascinación, asoma en su relato el culto romántico del genio. Es verdad, pues en Funes hay algo de genial.

Sin embargo, los juegos y las obsesiones borgeanas no me interesan ahora tanto como la pesadilla en la que vive su personaje, que es una recreación casi exacta de los suplicios de Tántalo, de Sísifo o de Prometeo: estar dotado de una memoria tan prodigiosa que ya no permite olvidar y que, en cambio, produce sin parar recuerdos cuyos detalles acaban por ocupar la totalidad de la experiencia mental posible y arrojan al memorioso fuera de la vida corriente, dejándolo prisionero de sus propias ensoñaciones.

Los mayores males que aquejan al hombre son casi siempre causados por la memoria, toda vez que ella es la vía de acceso a la experiencia y a la consciencia de estar aquí, así como es el requisito necesario del saber. Y también procede de la memoria el sentimiento de la responsabilidad y la falta, los sufrimientos que generan la culpa y la esperanza, así como la puerta fatídica por la que se accede a la melancolía. Y no digamos la locura, que, en el fondo, también es una enfermedad de la memoria. Una memoria demasiado rica o demasiado estricta te separa de los vivos desmemoriados y un recuerdo completo y sin fisuras es, a fin de cuentas, un simulacro que reemplaza por completo la posibilidad misma del presente, tal como le sucedía al desdichado Funes, que vivía permanentemente rodeado de imágenes y fantasmas del pasado; y ya se sabe que, al cabo de cierto tiempo, todo recuerdo persistente se convierte en pesadilla, toda evocación es funesta.

Solo en la vejez se llega a reconocer hasta qué punto es nociva, letal, la memoria.

Sin embargo, cuando Borges escribió este cuento, no era un hombre viejo. Y, por cierto, Funes tampoco.
(Habrá sido pura lucidez nomás.)

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