SENECTUD

La vejez supone un deterioro tanto a nivel físico como mental. Desde una posición de observador, podemos reconocer algunos signos: en lo somático es habitual encontrar el padecimiento de achaques, considerados como indisposiciones propias de un mal funcionamiento del cuerpo o enfermedades habituales que acompañan a la vejez. A nivel mental, se puede sufrir desde una demencia, con el deterioro progresivo e irreversible de las facultades mentales que repercuten en la conducta, hasta la presencia de manías, especie de locura transitoria caracterizada por delirios pasajeros, constatables en signos exteriores de la cólera, el arrebato y la ira.
Ahora bien, ¿cómo vive el sujeto que ya se ha convertido en anciano, su decrepitud? Algunos la pueden vivir como un tormento, otros con resignación, actitud que implica una cierta conformidad y tolerancia frente a la decrepitud.

Cabe preguntarse si la forma en que se vive en la vejez tiene relación con la forma en que se ha vivido antes de llegar a ella.

Anacreonte, poeta griego que vivió la vejez como un tormento, expresa así su desconsuelo, su desesperación:

¿De qué sirve el que me enseñes las reglas y los sofismas de los rétores? ¿Qué necesidad tengo de todas estas palabras que no me sirven para nada? Enséñame, ante todo, a beber el dulce licor de Baco; enséñame a volar con Venus, la de las trenzas de oro. Cabellos blancos coronan mi cabeza. Dame agua, vierte el vino, joven adolescente; aduerme mi razón. Pronto habré cesado de vivir y cubrirás mi cabeza con un velo. Los muertos ya no tienen deseos. (citado por M. Zambrano. Poesía y Etica. Publicado en Obras reunidas. Madrid: Aguilar, 1971, p. 137).

El poeta pide: “Aduerme mi razón”, es decir, no quiere estar consciente, no se quiere consolar con lo que tiene, no quiere renunciar a lo que la vejez obliga a perder. Ser consciente supone vivir con cuidado y preocupación y él no quiere eso. Porque quiere huir de esa realidad, quiere embriagarse: “Acerca mi copa, porque es mejor para mí estar tendido ebrio que muerto” (Ibíd., p.138).

La vida llena de fuerza y plenitud ya ha pasado. El presente camina hacia la muerte y en este momento de la vejez sólo tiene el deseo de embriagarse porque ningún horizonte parece abrirse ante él.

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