LA COSA DEL ARTE

Las obras de arte se presentan de manera tan natural como las cosas. Así lo advierte Heidegger (cfr. Caminos, 13) y añade que obra de arte y cosa se examinan en su inmediatez, qué es una y la otra y la una en tanto que siendo la otra.

Es a todas luces evidente que una obra de arte es una cosa –aunque Heidegger da por supuesto que es algo más– y que el arte de nuestra época sugiere que esa mera cosa puede llegar a ser una obra de arte, en el ready-made lo mismo que en tantos objetos triviales que el mundo del arte eleva a la peana de una exposición.

Se trata de ver la obra de arte como una cosa –una manera de verla tal como es–, tal como la ve el transportista que la lleva hasta la sala de la exposición o como la mujer de la limpieza, que le pasa el plumero. Heidegger sostiene –está seguro– que “hay algo más en esa cosa que es la obra de arte que la hace obra de arte” y que queda de manifiesto en el carácter de alegoría/símbolo que es.

O sea que para reconocer su dimensión alegórica/simbólica es necesario saber previamente qué es una cosa. Pero, ¿no lo sabemos acaso?

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