PARADOJA

Encuentro una definición ostensiva de la paradoja en el pequeño volumen que Kierkegaard escribió y firmó con el seudónimo Johannes Climacus: Migajas filosóficas o un poco de filosofía.(Madrid: Trotta, 1997). El pasaje reza:

[…] no hay que pensar mal de la paradoja, porque paradoja es la pasión del pensamiento y el pensador sin paradoja es como el amante sin pasión: un modelo mediocre. Pero la suprema potencia de la pasión es siempre querer su propia pérdida, la pasión suprema de la razón es desear su choque aun cuando el choque se torne de un modo u otro en su pérdida. Esta suprema pasión del pensamiento consiste en querer descubrir algo que ni siquiera se puede pensar (Pág. 51).

La idea de la paradoja como el aspecto apasionado del pensamiento estaba ya en los textos del primer romanticismo alemán, en algún fragmento de Friedrich Schlegel, quien sugiere, en efecto, que cuando un pensamiento deriva hacia un desarrollo paradójico parece como si se extraviara, como si persiguiera aquello que, en última instancia, lo lleva a fracasar y perderse en su tentativa de alcanzar algún sentido. ¿Para qué pensar en el modo de una paradoja? ¿Qué objeto tiene ponerse a ironizar? Schlegel descubre en la paradoja una especie de exaltación, la parte irrenunciable de apasionamiento que tiene la razón, un resabio quizás de procesos mentales muy antiguos que nos recuerda cuánto tiene la razón en común con el delirio.

Pero Kierkegaard –creo– da un paso más, pues aquí revela cuál es el propósito final de toda paradoja desplegada: formular una idea que no se puede pensar. Se diría que la paradoja convierte en pensable lo impensable y lo que no se puede representar. En los pasajes que siguen a esta cita, la figura que ocupa el lugar paradójico de lo impensable es Dios. Era previsible. Dios es paradójico: pensamiento «grandioso e incompleto» (Kierkegaard, Diario: 59).

Como Dios, pero menos importantes, son asimismo paradójicas e impensables nuestras pasiones, hasta las más insignificantes, lo que hace especialmente inútil y hasta gratuito pretender dilucidarlas racionalizándolas.

(Y no digamos, hacer ironía de ellas…)

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