EL VIENTRE

El cuerpo humano contiene un número muy grande de signos, casi tantos como seamos capaces de reconocer, basta con que aprendamos a interrogarlo; y aún así siempre hay alguno que se nos escapa.Y todos nosotros, por torpes o ignorantes que seamos, nos valemos de esos signos para interpretar al otro. Recuerdo que Elias Canetti, en un pasaje especialmente lúcido de su caótica Masa y poder, observaba que mostrar los dientes al sonreír podía servir para comunicar un gesto de alegría, de afabilidad o de franqueza pero también significaba: “Ve con cuidado, porque puedo comerte”. Es probable que el primer lenguaje, el más antiguo y primordial, haya sido el de los gestos mediados con los signos naturales del cuerpo.

Algunos de estos signos, los más claros y explícitos, suelen tener un contenido sexual manifiesto sobre todo cuando hacen referencia o involucran los genitales. Otros se han convertido en casi universales: el dedo mayor esgrimido como insulto obsceno; el agitar la mano en el saludo y en el adiós; el puño alzado como signo de voluntad férrea y de lucha; el guiño de ojos para indicar complicidad o picardía; y los incontables signos que se comunican con la boca: el beso en el aire, sacar la lengua, o curvar los labios en una mueca para indicar desconcierto.

Hay signos muy elaborados, como la cabeza gacha para indicar culpa o vergüenza, verdadera o impostada; o esa leve inclinación –nodding la llaman los anglosajones– con la que los griegos actuales quieren decir que no; y el cruel hieratismo, la total ausencia de signos que es también un signo, con que se niega el saludo al otro.

Pero hay signos más profundos que están ocultos o encerrados en el cuerpo, signos que son “naturales” porque pertenecen al cuerpo de forma casi tan íntima como sus propias partes. El cuerpo los produce por sí mismo, espontáneamente: los ojos acuosos de la mirada de amor, el pecho que se agita cuando experimenta inquietud, la barba –poblada, sucia, cuidada o sin afeitar–, los párpados entornados o las ojeras y las uñas largas.

Entre los más arcanos de estos signos naturales está el referido al vientre, que tiene significados insólitos. En un hombre indica gula o afán de poder o molicie; pero también serenidad y templanza, como en el Buda. En la mujer, en cambio, fuera de su significado más evidente –la maternidad– el vientre, además de un rasgo de belleza, denota la ternura voluptuosa que los hombres anhelamos y con la que se juega en la danza del vientre: la promesa del abrazo, el refugio, la consolación o nuestra unión a ella, que realizamos cada vez que pasamos la mano delicadamente sobre el vientre de una mujer en un gesto que es de pertenencia o de propiedad –esta es mi hembra– y, al mismo tiempo, una prueba de nuestra dedicación y entrega.

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