MARILYN

En la imagen reproducida fotográficamente se hiende la superficie de las cosas retratadas en ella, por eso llega a aquella parte de nosotros mismos que, de común, permanece oculta a los sentidos. La foto vale por lo que no se ve en ella. La instantánea hace asomarse nuestra alma, porque no es en verdad una representación sino la huella o el rastro de una presencia encubierta por el movimiento.

Siento respeto por el alma que alguien ha desnudado y expuesto en una foto y cuya naturaleza profunda con frecuencia queda manifiesta en los retratos de grupo, porque justamente son esas las ocasiones en que el alma de cada uno sabe que quedará fijada en una imagen.

Muchas aficiones se desprenden de esto. La fascinación por las vallas compuestas por “terroristas” buscados, la curiosidad por las orlas y los paneles, los retratos de familia, las pequeñas fotos de los carnés. Y naturalmente algunos gustos harto comunes, como el hojear las revistas profusamente ilustradas.

(¿Cómo será el álbum de los Grimaldi? ¿Hay alguien con un resto de alma en esa familia?)

Pudor natural, un recato incontenible que experimento delante del objetivo y que contrasta con la voluptuosidad del que trabaja posando frente a una cámara, pero que es igualmente la expresión de la esencia de la coquetería: la foto nos hace desempeñar un papel imaginario delante de un público anónimo e inabarcable, ante millares de miradas desconocidas que se posarán sobre nuestro retrato al cabo de los años, sin que importe la oportunidad o el contexto en que lo hagan. Nuestro papel en el retrato, pues, requiere de un cuidado exquisito porque esa imagen carece de liturgia y de función, solo tendrá valor por la pose que ponemos en ella o por el gesto que atrapa la habilidad o la suerte del fotógrafo y que, en cualquier caso, siempre podrá ser manipulada y alterada, igual que su interpretación: profanada e instrumentada sin límites.

Puede servir de objeto de culto, como Marilyn Monroe desnuda sobre un paño de raso rojo


MONROE

o como emblema nacional; o incluso puede ser la evidencia –que no es prueba– de un crimen.

Ya tenían razón los primitivos en tener miedo a las fotos.

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