EL NEGOCIO

El trabajo supone la disciplina del hombre. Algunas formas de castración están presentes en eso de ganar “el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3:19). Sin embargo, aceptar esa condición nace de haberse ejercitado adecuadamente en lo lúdico.

El juego es la aceptación de unas reglas, por absurdas que sean. No importa que debamos saltar a la pata coja en los números impares o que tengamos que “estar ciegos” para colocar una cola al burro, esas normas las aceptamos porque encontramos un goce o una gratificación en ello. En el trabajo sucede lo mismo. El premio es indirecto, pero allí está.

El valor dignificante de realizar tareas por una remuneración no está demostrado más allá de un factor ideológico, que no sé si tengo que compartir. Lo cierto es que sólo es defendible en determinadas clases sociales. Lo importante es que uno permanece en el trabajo cuando acepta las normas y cuando las respeta. Sólo unos pocos afortunados logran invertir esa máxima y mantener su estatus.

Solo el que sabe jugar, sabe trabajar. Sólo el que disfruta jugando encontrará la manera de disfrutar en su trabajo por muy desalentador que éste sea.

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