EL SACRIFICIO

Graham Greene es uno de los novelistas británicos más enrevesados que conozco; y además es un escritor íntimamente implicado en los grandes dilemas de la cristiandad, por mucho que le haya pesado ese cartel en su trayectoria.

En una de esas tardes vacías de domingo, me propuse ver la adaptación de Jack Gold de una de las novelas de Greene, The Tenth Man.

En la película, el protagonista (Jean Louis Chavel) muere por salvar a Thérèse, una mujer que le odia, pues le responsabiliza de la muerte de su hermano.

Recuerdo la cita de Lacan: «el sacrificio significa que, en el objeto de nuestros deseos, tratamos de encontrar el testimonio de la presencia del deseo de ese Otro” (Le Séminaire, XI, Les quatre concepts fundamentaux de la psychanalyse: 241). El deseo del Otro nos produce una angustia insondable que nos lleva a entregar un objeto (nuestro propio objeto de deseo) para satisfacerle. Eso es lo que llamamos sacrificio.

El deseo de Thérèse es la destrucción de Chavel, culpable de la muerte de su querido hermano. Al ocuparse Chavel de ese deseo, lleva a cabo el sacrificio absoluto (el sacrificio de sí) pero también logra satisfacer el suyo: presentarse ante Thérèse con su verdadera identidad; logra así seducirla definitivamente. Extirpar el odio de la vida de esa mujer, habilitar su amor por la verdadera persona que él representa es la satisfacción que expresa entre espasmos. Como Cristo, Chavel «hace más perfecto a los que (le) adoran», porque «en virtud de esa voluntad somos santificados» (Hebreos, 10:2-10).

Me pregunto si eso es lo más parecido al amor.

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