LA FELICIDAD DE LA IDIOTEZ

La obsesión y la memoria, dos de mis pocas características, me han permitido momentos de enorme satisfacción. En este caso, sobre un pasaje del primer volumen de la magna obra de Proust con el que me reencuentro:

…cuando estaba solo y se ponía a pensar en ella, no hacía más que mover su imagen, entre otras muchas imágenes femeninas, en románticos torbellinos; pero si gracias a una circunstancia cualquiera (o sin ella, porque muchas veces, la circunstancia que se presenta en el momento en que un estado, hasta entonces latente, se declara, puede no tener influencia alguna en él), la imagen de Odette de Crécy llegaba a absorber todos sus ensueños, y éstos eran ya inseparables de su recuerdo, entonces la imperfección de su cuerpo ya no tenía ninguna importancia, ni el que fuera más o menos que otro cuerpo cualquiera del gusto de Swann, porque, convertido en la forma corporal de la mujer querida, de allí en adelante sería el único capaz de inspirarle gozos y tormentos”.  (Por el camino de SwannEn busca del tiempo perdido, 246)

Ahí está la raíz del problema. Cuando las imágenes sobrevienen, cuando los mecanismos de represión –nacidos para hacernos todo más llevadero- nos atormentan con imágenes que estamos dispuestos a olvidar, aparece el sufrimiento. ¿Qué más nos gustaría que desechar aquello que no nos es útil fuera de nuestra memoria? Como diría Borges, Odette de Crécy es el zahir de Swann. Y lo que nos maltrata de nuestro zahir es justamente su carácter subrepticio, no controlamos cuándo arrebatará nuestro pensamiento, porque ni tan solo podemos decidir a quién le damos el poder de convertirse en esa fijación.

Cuando barajamos imágenes femeninas, con o sin torbellinos, corremos el riesgo de que la memoria medie entre nuestros deseos y nuestras obsesiones. ¿Olvidar? Para eso están los idiotas…

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