FIESTA

En 1964 Ernest Hemingway publicó un testimonio personal de su vida como joven escritor en ciernes, en París, durante los años veinte: A Moveable Feast, traducida en español poco tiempo después con el oportuno título de París era una fiesta.

Muchos son los atributos de ese testimonio autobiográfico que lo hacen incomparable. La consabida rudeza de Hemingway, la frescura de la vida intelectual parisiense de la que participó como outsider, antes de que ese mundo se acanallase en los años de la ocupación alemana y se hiciera amanerado y pedante años después, cuando París se convirtió en una ciudad cursi, demasiado unánime como para merecer su fama de ombligo del mundo cultural. A Moveable Feast acabó sirviendo como modelo a imitar de une vie d’artiste para muchos intelectuales, cineastas y pintores. Solo recuerdo una experiencia semejante en la crónica personal de su experiencia parisiense que escribió Henry Miller: Quiet Days in Clichy y que yo leí al comienzo de mi exilio, en un apartamento vacío que me prestaron en Río de Janeiro, en 1976.

De A Moveable Feast retengo lo que casi todo el mundo –aquí no voy a presumir de original– salvo un detalle que reaparece en una novela póstuma de Hemingway, Islands in the Stream (1970): la manera singular como describía la bebida. Anotaba minuciosamente los ingredientes y la secuencia de las mezclas, el color del vino, la textura del Armagnac o el Calvados y las tres gotas de lima que solía añadir a los cocteles que consumía casi todo el tiempo, demostrando una fortaleza hepatobiliar asombrosa. Pero no es su reconocida dipsomanía lo que me interesa consignar aquí sino la precisión del detalle que aplicaba para describir su pasión principal, lo que es un rasgo inconfundible que revela al escritor auténtico.

Porque los atributos del escritor de prosa son dos: por una parte la precisión, que la escritura recoge de la poesía; y, por otra parte, el arte de narrar, que no es sino la aparición de una forma pregnante en los hechos y, sobre todo, en los trazos y figuras que estos dibujan en el espacio imaginario creado por una memoria, cuando está despierta o atormentada. Hemingway tenía esas dos cualidades y su oficio como cronista de prensa, que quizá haya sido su cualidad literaria menos rescatable pero que le fue de inmensa utilidad para escribir con economía, ascéticamente.

Hemingway no solo aplicaba esa fruición literaria a la bebida. También cuando describía una jornada de pesca o la fuerza de un paisaje. Parece mentira, pero escribir acerca de lo que uno ama y disfruta y goza, en suma, de lo que nos pasa cuando estamos de fiesta, parece sencillo pero es lo más difícil.

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