FIGURAS (II)

En 1532 Lucas Cranach pintó esta Venus que se conserva en el Städelsches Kunstinstitut und Städtische Galerie de Francfort.

 

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No sé cuales fueron las condiciones que hubo de aceptar Cranach para la realización de esta pintura, donde se muestran algunos atributos que tradicionalmente se han asociado a la feminidad: las joyas –un collar, una gargantilla y una toca presumiblemente de oro– que denotan coquetería; la posición de las manos que componen una elaborada simetría con la curva delicada de la cadera desplazada hacia un lado; el vientre mórbido, los pechos menudos y el fino vello del pubis, que son rasgos inconfundibles de belleza y ese velo que atraviesa la comisura de los muslos sin por ello ocultarla; y la disposición de los pies, que completa la pose y la voluntad de gracia: audaz, porque la Venus está desnuda, pero es decorosa.

En el siglo XVI no había pintores libres, ninguna vocación expresiva, ninguna autonomía de creación; apenas algún capricho permitido al artista. En cambio, a comienzos del siglo XX, Ernst Ludwig Kirchner no tenía más limitaciones que las impuestas por su comanditario o su marchand cuando pintó su Nackte Frau mit Hut, en 1907

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que tanto se parece a la Venus de Cranach. También aquí vemos los ojos rasgados, el collar, los muslos poderosos y los pies dispuestos, salvo que en esta representación no están desnudos sino calzados con unas vulgares pantuflas. El vello del pubis mantiene o recupera –mejor dicho, asume– el valor que en la representación anterior estaba apenas aludido, pero de nuevo los pechos son firmes y pequeños, como debe ser. El contraste con la Venus de Cranach no se establece en virtud de sus respectivos cuerpos sino por el fondo de las figuras. El negro del original se convierte en un agregado de manchas de colores casi tropicales. Kirchner se permite incluso un elemento kitsch: un tosco Cupido asoma por encima del sombrero de su Venus.

Las dos figuras se parecen y nada importa el contraste entre la gracia equilibrada de la mirada Renacentista o el voluntario feísmo del expresionismo alemán.

Pero cualquier ensayo iconográfico tropieza con asociaciones imprevistas en la época de Internet. Nackte Frau mit Hut no solo es una “obra de arte” expresionista sino además un motivo; y lo mismo es Venus para la figura de Cranach. Y Google nos obliga a cotejar estos dos cuadros canónicos, cada uno en su estilo, con este otro, paradigma del mal gusto:
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donde se encuentran todos o casi todos los signos que en las anteriores figuras revelan una voluntad artística.

La mirada convencional de los estetas buscará el factor de relieve, la diferencia específica en las dos primeras, pero mis ojos (y mi consciencia) apunta hacia otra cuestión. Establecer lo que las obras de Cranach y Kirchner –que en el fondo representan la misma mujer– tienen de extraordinario y de distinto con relación a la tercera no es tan difícil como determinar qué es lo que las tres tienen en común, porque es evidente que la tercera utiliza los patrones recibidos como modelo. Así, no vaya a ser que lo feo esté ya en lo bello y no nos hayamos dado cuenta.

(Como está lo malo o lo monstruoso en lo que parece angelical.)

La iconografía suele desentenderse de las malas copias de los grandes cánones, pero uno de los mayores misterios de la representación no pasa por saber explicar por qué de lo feo pueda desentrañarse algo maravilloso sino al revés: cómo es posible que algo bello desemboque en una figura repugnante.

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