LISTAS

Puestos a enumerar, la capacidad de los hombres de disponer taxonomías y de clasificar es asombrosa. En rigor, buena parte de su raciocinio está dedicada a confeccionar listas y, en cada una de ellas una lógica, a veces mínima o sutil, ordena las prioridades y los intereses de cada uno. Que yo sepa, el único que reparó en el encanto de las listas fue el maravilloso Georges Perec. Buenas parte de su obra experimental consiste en variados repertorios de listas, en listas de listas.

Hay listas triviales, como la de la compra, o la lista de las tareas del día o la de los lugares que un individuo planea visitar en un viaje. Los asientos contables son listas, las actas de las calificaciones en una asignatura, los programas de un concierto, los catálogos de publicaciones, los horarios del tren, las listas de boda y las de los invitados a las nupcias; y listas célebres, como las lecturas de Benjamin o las amantes de Giacomo Casanova o la lista de los emperadores de romanos –de Julio César a Rómulo Augústulo– que yo estaba orgulloso de poder repetir de memoria. Y después están las listas privadas, íntimas o incluso secretas: el esquema posible de un futuro libro, el recordatorio de ocasiones compartidas con alguien a quien se ha querido mucho o la lista de malas noticias.

Hacer listas, más que una afición, puede que sea síntoma de una no asumida neurosis obsesiva, pero en realidad lo que demuestra es la voluntad de la memoria de probarse a sí misma y –a veces– de descubrir qué es lo que en verdad le importa.

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