SURREALISMO

Como es archisabido (o debería serlo), la palabra “surrealismo” es un galicismo flagrante que, de tan manoseado, acabó por significar algo así como “lo que el realismo no deja ver” o “más allá del realismo” o “lo que se sobrepone a la impronta de lo real”, aunque –la verdad sea dicha– esta última es una interpretación que bien podría calificarse, ella misma, de surrealista.

Es difícil entender qué pretendían mostrar los surrealistas con sus obras porque –lo mismo ocurre con los románticos– hay muchos surrealismos y no todos son buenos o inteligentes. Lo que parece evidente es que la intención principal de los surrealistas era mostrar que las cosas nunca son lo que parecen y que puede haber una experiencia y una representación de esa experiencia capaz de poner a la vista lo efectivamente real. En este sentido, no sin cierta soberbia por parte de sus miembros, el surrealismo es la “vanguardia” por antonomasia.

En materia de pintura (en especial, Ernst, de Chirico, Magritte, Dalí, Miró), el surrealismo –y aquí juzgo estrictamente por un gusto personal– siempre me ha parecido abominable; cuando  mucho, una máscara detrás de la cual se esconden un buen número de pintores mediocres. Sin embargo, hay una obra de Salvador Dalí que contradice las arbitrariedades de mi gusto. Se trata de “Una cama y dos mesas de noche atacando furiosamente a un violoncelo”:

Captura de pantalla 2013-12-17 a la(s) 17.43.32

pero, claro, no por la representación en sí, que es torpe, confusa e inconsistente, sino por el hecho significativo de que su título actualiza el núcleo doctrinario del movimiento surrealista, en la medida en que parece interpretar cabalmente lo que los surrealistas se esforzaban por mostrar: que es real y dramático (o sea, verdaderamente posible) que dos mesas de noche y una cama se confabulen para atacar con ferocidad a un violoncelo.

Ahora bien, lo más sugestivo de este trabajo de Dalí está en la trouvaille del título; mejor dicho, en la ocurrencia, porque indica que el surrealista (Dalí) vive en un mundo en el que los objetos establecen relaciones propias y autónomas y, desde luego, harto apasionadas; o bien deja ver que el surrealismo llega al arte para revelar la riqueza de esa autonomía de lo real y sus mirabilia, algo que el realismo nunca consiguió representar. Sin embargo, si fuera este el propósito de esta pintura, es extraño, pero la representación sobra. Bastaría con el enunciado del título; pero justamente la condición subsidiaria de las representaciones surrealistas –hago abstracción de los intereses del llamado “mundo del arte”, los críticos y los mercaderes, etc.– las hace decisivas, aunque sean obras de manifiesta mediocridad, porque enseña que delante del asombro de lo real, su representación nos viene siempre por añadidura y no obstante indican hacia dónde debemos dirigir nuestra mirada.

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